Este himno forma parte del llamado "Apocalipsis de Isaías" (cc. 24-27). Su autor no es Isaías, sino que pertenece a una época tardía. Los temas que concurren en el "Apocalipsis" intentan describir la instauración del orden definitivo. Nuestro himno está tomado de dos contextos: de un himno de victoria a la ciudad del Señor, que sustituye a la soberbia ciudad de los hombres, Babilonia o Moab, ahora humillada (vv. 1-6), y de una súplica y reflexión sobre los juicios del Señor (vv. 7-19). La primera parte de nuestro himno de Laudes (vv. 1-4) tiene un tema central, del que se derivan otros: la confianza. Judá puede confiar porque su Dios es una roca perpetua. Jerusalén es una sólida fundación cuyas murallas aseguran la salvación. La súplica (vv. 7-9.12), por su parte, se centra en la sentencia que el Señor pronunciará y ejecutará. Así será confundido el enemigo y el pueblo alcanzará la paz.
Modo de rezarlo. Tanto el himno a la ciudad como la súplica son composiciones colectivas, aunque en la segunda se incluyan algunas reflexiones sapienciales. Por ello este himno puede ser salmodiado a dos coros:
Coro 1.º, Himno a la ciudad: "Tenemos una ciudad... es la Roca perpetua" (vv. 1-4).
Coro 2.º, Súplica colectiva: "La senda del justo... nos las realizas Tú" (vv. 7-9.12).
"Considerad la roca de que habéis sido tallados"
El protoparente de Israel, Abrahán, es un ejemplo de confiada entrega al Señor. La alianza que Dios selló con él unilateralmente (Gn 15) suscita la confianza de Israel cuando su existencia se ve amenazada. Dios, que rescató a Abraham, invita a los descendientes a considerar la firmeza de su fe. La fe del padre ha pasado a los hijos que hoy cantan a la Roca perpetua. Pasa, con mayor razón, a nosotros, hijos de la fe de Abrahán, porque de entre los descendientes de Abrahán sobresale uno: Jesucristo, hijo de Abrahán (Mt 1,1), descendencia excelsa del padre común. Para los cristianos es la roca de la que hemos sido tallados (Ga 3,16). Su fe, su adhesión completa al Padre, es iniciación y será consumación de la nuestra. Conocedores de la Roca de la que hemos sido tallados, queremos confiar siempre en el Señor.
"El justo vivirá por su fidelidad"
Las puertas de la ciudad firme se abren para dar paso a un pueblo justo: "Procede honradamente, practica la justicia, tiene intenciones leales..." (Sal 15,1). Es decir, se mantiene fiel a Dios, a su palabra, a su voluntad. Ha hecho de Dios el exclusivo valor de su vida. ¿Dónde está ese pueblo? Apenas se puede contar con nadie. ¿Quién hallará un hombre de fiar? El Siervo sostenido por Dios, sobre el que Dios pone su Espíritu, para que repose sobre él (Jn 1,32), practica fielmente la justicia, sin que las pruebas le hagan infiel a su misión, pues Dios es su fuerza. Jesús, cumplidor de la Escritura y de la obra del Padre, es hombre de fiar. Es el justo que vive por su fidelidad. Posibilita a la vez a cuantos crean, vivir plenamente por él. Abrid las puertas para que entre este pueblo justo.
"Ahora es el juicio de este mundo"
La escena del paraíso, el diluvio, la condena de Sodoma y Gomorra, el exterminio de los cananeos o el juicio contra Egipto son algunos de los antecedentes que llevan al pueblo oprimido a desear con toda su alma y durante las veinticuatro horas del día que Dios pronuncie su sentencia. Separando a los inocentes de los culpables, el enemigo quedará confundido y el pueblo vivirá en paz. Pues bien, ya se ha dictado la sentencia. Es ésta: la Luz ha venido a este mundo, pero los hombres prefirieron las tinieblas a la Luz (Jn 3,19). Quienes rechazan a Cristo y a sus discípulos creyendo que poseen la función de juzgar, de expulsar, han sido expulsados del ámbito del Padre (Jn 12,31). Por el contrario, para quien se adhiere a Jesús, el juicio de Dios es su Luz. Puede esperar confiadamente porque si Dios justifica, ¿quién condenará? El Señor nos dará la paz.
Resonancias en la vida religiosa
¡Nuestras empresas nos las realizas Tú!: La existencia cristiana se apoya en la confianza ilimitada en Dios Padre, nuestra roca fuerte y perpetua. Confianza, que es ansia del nombre y del recuerdo de Dios en medio de la noche, que es impaciente madrugar. En ella encontramos la fuente de nuestra paz.
La Iglesia y sus comunidades forman una ciudad fuerte, un pueblo justo, leal, lleno de firmeza, "porque confía en Dios" y cuando confía en Dios.
Sin embargo, la ciudad de los hombres lucha contra la ciudad de Dios. Pretende minar nuestra confianza e inducir a la impotencia nuestras actuaciones. Hay en nosotros, a pesar de todo, una convicción profunda que desbarata los planes de nuestros enemigos: Dios mismo es el protagonista de todas nuestras empresas: "Todas nuestras empresas nos las realizas Tú".
Hemos de estimular en nuestra comunidad la confianza en el Señor. Desde el anochecer hasta el amanecer hemos de encontrar en Él nuestro reposo y nuestra consistencia. Entonces nuestra misión carismática, como comunidad, encontrará allanados sus senderos y logrará sus objetivos. Seamos transparencia del Dios que protagoniza nuestra historia.
Oraciones sálmicas
Oración I: Dios de Abrahán, que suscitaste en él un ejemplo de obediencia y de fe, haz inconmovible nuestra confianza en ti; justifícanos con tu justicia y llena de firmeza nuestro ánimo. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Dios justo, que pusiste tu Espíritu sobre Jesús para que practicara fielmente la justicia, sin que la tentación le hiciera infiel a la misión; haz que tu pueblo viva por su fidelidad, a pesar de las pruebas, y comunícale tu Espíritu de justicia. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración III: Oh Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, al enviar a tu Hijo a este mundo, lo has establecido como juez de vivos y muertos; con Él ha llegado la Luz en la cual es posible discernir lo justo de lo injusto; no permitas, Señor, que nos desviemos de la senda de tus juicios; que aprendamos a vivir en justicia y que nunca dejemos de confiar en ti. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén. [Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]
[Canto triunfal (vv. 1-6).- El profeta se traslada a la época venturosa en que tendrán cumplimiento los hechos vaticinados poco antes en 25,6-8: "El Señor de los ejércitos prepara para todos los pueblos en este monte un festín de manjares suculentos...". Entonces la ciudad no necesitará de fortificaciones, porque la salvación, es decir, la protección de Yahvé, será la verdadera muralla y fortaleza de dicha ciudad; sus ciudadanos serán un pueblo justo, es decir, no reinará en ella la iniquidad. Ese pueblo se mantendrá fiel y con ánimo firme, es decir, no vacilará en seguir la ley de Yahvé, y por eso éste conservará la paz en sus corazones, base de la felicidad mesiánica.
Ansias de justicia (vv. 7-10).- El tono de esta sección es muy similar al de los salmos clásicos. Dios allana, facilita la senda de los justos (v. 7) para que no haya obstáculos que los hagan caer. Por eso la nación espera también la manifestación de la justicia divina en la senda de tus juicios. La justicia de Dios se manifiesta de un modo inquebrantable y fijo como una senda o programa de acción. Dios camina siempre por la senda de su justicia, y, por tanto, la nación santa espera ver manifestarse su justicia y verle caminar por esta vía. El justo no piensa sino en el nombre o manifestación gloriosa de Yahvé (Ex 20,24) y en sus gestas, memoria o recuerdo (v. 8). Los justos no tenían otro anhelo sino cantar las glorias y gestas de Yahvé, y de noche y de día le buscan en su espíritu. Es el centro de sus meditaciones y reflexiones, suspirando por la manifestación de los juicios de Dios, dando una lección de justicia a los habitantes del orbe (v. 9).
Por último, el profeta suplica a Dios que les conceda la paz, símbolo de todos los bienes y expresión de su benevolencia para con ellos. Toda la historia de Israel es la historia de las gestas de Yahvé: todas nuestras empresas nos las realizas tú (v. 12).-- Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]
1. En el libro del profeta Isaías convergen voces diversas, distribuidas en un amplio arco de tiempo y todas puestas bajo el nombre y la inspiración de este grandioso testigo de la palabra de Dios, Isaías, que vivió en el siglo VIII antes de Cristo.
En este vasto libro de profecías que también Jesús desenrolló y leyó en la sinagoga de su pueblo, Nazaret (cf. Lc 4,17-19), se halla una serie de capítulos, que va del 24 al 27, denominada habitualmente por los estudiosos "el gran Apocalipsis de Isaías". En efecto, se encontrará en él una segunda y menor en los capítulos 34-35. En páginas a menudo ardientes y densas de símbolos, se delinea una fuerte descripción poética del juicio divino sobre la historia y se exalta la espera de salvación por parte de los justos.
2. Con frecuencia, como sucederá con el Apocalipsis de san Juan, se oponen dos ciudades contrapuestas entre sí: la ciudad rebelde, encarnada en algunos centros históricos de entonces, y la ciudad santa, donde se reúnen los fieles.