A ti nos acogemos, Dios protector de los justos, aunque fallen los cimientos de la tierra, porque Tú eres justo y amas la justicia; confesamos que Tú estás con nosotros, que tu nombre ha sido invocado sobre nosotros, y que, así como no permitiste a tu Justo experimentar la corrupción, tampoco abandonarás a quienes buscan tu presencia. Por Jesucristo nuestro Señor.
Bendito seas, Dios Padre nuestro, porque nos has manifestado tu nombre y has puesto en nuestro corazón el gozo inefable del conocimiento filial; haz que mientras caminamos en la oscuridad de la fe, anhelemos ver tu rostro y conocerte tal como Tú nos conoces. Por Jesucristo nuestro Señor.
OH Dios, que escrutas los riñones y el corazón, que observas a los hombres y examinas a inocentes y culpables; manten- nos unidos a Cristo, la vid verdadera, para que, cuando llegue el tiempo de la poda, no nos toque en suerte un viento huracanado, sino que seas Tú nuestro lote y heredad, por los siglos de los siglos.
[Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]
Los salmos que litúrgicamente se llaman 9A y 9B (y corresponden al hebreo 9 y 10) aparecen en el original hebreo compuestos en forma alfabética: cada dos versos se comienza por una letra sucesiva del alfabeto hebreo. Las versiones griega y latina fundieron los dos salmos en uno: a partir de aquí y hasta el salmo 147 encontramos una doble numeración: la hebrea, respetada en la mayoría de las traducciones modernas y en este comentario, y la griega, ofrecida entre paréntesis, que es la que sigue la liturgia de la Iglesia. El texto de ambos salmos está muy mal conservado, por lo que hay que recurrir frecuentemente a la conjetura. El salmo 9 es un canto de acción de gracias con elementos de súplica. Su estructura, bastante compleja, alterna los momentos de alabanza (Sal 9,2-3.8-13) y acción de gracias (Sal 9,4-7.17-19) con la súplica (Sal 9,14-15.20- 21). El motivo de la gratitud y la alabanza, que el salmista expresa con sinceridad y entusiasmo, es una reciente intervención divina que ha significado la derrota de los enemigos y la salvación para el salmista. El la cataloga como una de las maravillas o hazañas de Dios que quiere proclamar (Sal 9,2) e invita a publicar (Sal 9,12).
La salvación reviste características que se describen con imágenes de diversos ámbitos. Por ejemplo, el ámbito judicial: Dios ha defendido al salmista y ha hecho justicia condenando a los malvados (Sal 9,4-6). O el ámbito de la guerra: el Señor, que es una fortaleza, una verdadera plaza fuerte (Sal 9,10), ha arrasado las ciudades del enemigo, lo ha arruinado completamente y ha borrado su recuerdo para siempre (Sal 9,6-7). O el de las instituciones cívico-religiosas, como la de la venganza de sangre (Sal 9,13; véase Nm 35; Dt 19). Dios es invocado y caracterizado como rey (Sal 9,8; véase Sal 10,16; 93,1; 96,10; 99,1), como juez (Sal 9,5.9.20; véase Sal 10,18; 96,13; 98,9), como protector de los humildes y libertador de los oprimidos (Sal 9,10.13.19).
Ante ese Dios el salmista no puede contener su gozo y su entusiasmo. En varios momentos le brota la alabanza: los que conocen tu nombre confian en ti, porque nunca abandonas a quien te busca (Sal 9,11); o la invitación a la alabanza: ¡Cantad al Señor... publicad sus hazañas! (Sal 9,12); o el propósito de alabarlo (Sal 9,15). Una idea subrayada por el salmista es la de que el mal que comete el malvado recae sobre él. El Señor está detrás de este mecanismo que de alguna forma sirve para restablecer la justicia violada (Sal 9,16-17; véase Sal 7,16-17).
El salmo tiene muchas correspondencias internas: Dios se acuerda/no se olvida de los pobres e inocentes (Sal 9,13.19) mientras que los paganos, que se identifican con los malvados (Sal 9,6.16.18.20), se olvidan de Dios. Por su parte, Dios se da a conocer actuando con justicia y los que lo conocen confían en él (Sal 9,7.11); el Dios que habita en Sión (Sal 9,12) libra al salmista cuando se encontraba ya a las puertas de la muerte, y a las puertas de Sión quiere éste cantarle y alabarlo (Sal 9,14-15).
En el salmo hay tintes nacionalistas: se descubren por la identificación malvados/paganos y las menciones de Sión, capital de la nación. Pero el Dios de Israel ejerce, desde Sión, un dominio y un gobierno universales. Esta convicción profunda suena en los últimos versos: ningún mortal puede arrogarse gloria o poder divinos (Sal 9,20-21). Nadie puede hacerle sombra a Dios, enfrentársele, actuar en contra de su voluntad salvadora. Así el mundo está seguro y en buenas manos. Lo mismo que el salmista con quien debemos dar gracias a Dios. Porque además el reino universal de Dios en favor de los pobres, los humildes, los oprimidos, ya se ha hecho realidad en Cristo. Muchos profetas y justos, entre ellos nuestro salmista, desearon ver lo que nosotros vemos y no lo vieron, y oír lo que nosotros oímos, y no lo oyeron. ¡Dichosos nosotros por ver lo que vemos y oír lo que oímos! (véase Mt 13,16-17).
Salmo de súplica individual, íntimamente vinculado al anterior (véase comentario a Sal 9). Su estructura comprende cuatro partes: interpelación inicial (Sal 10,1); descripción de la situación y de los malvados (Sal 10,2-11); súplica y motivaciones (Sal 10,12-15); declaración de confianza (Sal 10,16-18).
Este salmo es una súplica contra los terroristas, es decir, contra aquellos que siembran el terror, la desolación y la muerte entre sus semejantes (véase Sal 10,18). Comienza con una pregunta que encierra indignación, impaciencia y queja; una pregunta semejante a las que nosotros nos formulamos ante las fechorías de los malvados: ¿cómo puede Dios tolerar el sufrimiento de los inocentes? (véase Sal 7; 34; 36; 37; 73). No es falta de fe, sino afán por comprender la actuación de Dios (o su aparente inactividad e indiferencia). El autor se extiende a continuación en una espléndida descripción de los malhechores y de sus hazañas. El cuadro resultante es aterrador. Demuestra que el orgullo humano está en la raíz de todas las opresiones e injusticias que oscurecen nuestro mundo. Esa soberbia es un rasgo característico de los malvados, que los lleva a oprimir al humilde, a blasfemar y despreciar a Dios y sus leyes, a menospreciar a sus enemigos, a sentirse seguros y autosuflcientes. Tres frases de estos malvados los caracterizan: Dios no me va a pedir cuentas (Sal 10,4); jamás sucumbiré ni me alcanzará la desgracia (Sal 10,6); Dios se olvida de todo y no ve nada (Sal 10,11). Un hombre que piensa y habla de este modo es un verdadero monstruo que sólo vive para la maldición, el fraude, el engaño, la perfidia y la maldad (Sal 10,6b); una bestia salvaje que el salmista dibuja con detalles escalofriantes: agazapado, vigilante, con los músculos en tensión, dispuesto a saltar sobre su víctima y desgarrarla sin piedad, como "un león ávido de presa" (Sal 10,8-10; véase Sal 17,10-12). Sus víctimas son los inocentes, los desvalidos, los humildes, aquellos de los que el Señor, según el salmo precedente, no se olvida nunca (véase Sal 9,13.19), aunque la dolorosa experiencia del justo perseguido y maltratado por el malvado parezca desmentirlo (Sal 10,11).
¿Qué pasa? ¡Levántate, Señor, no te olvides...! La súplica brota espontánea, apasionada, incontenible (Sal 10,12). El salmista presenta dos motivos para forzar la intervención de Dios: evitar el desprecio y la impunidad de los malvados (Sal 10,13), y porque, en contra de lo que dice el malvado (véase Sal 10,11), tú, Señor, ves la pena y la aflicción del oprimido; tú no te has tapado los ojos, tú eres compasivo, en ti confian los humildes, los desvalidos, los huérfanos, sus sufrimientos son cosa tuya: ¿de quién, si no? (Sal 10,14). A todos éstos no los olvides, a los malvados dales su merecido: dos súplicas correlativas y complementarias, que apelan a la justicia de Dios. Y ya más sereno, el salmista expresa su confianza en Dios para el presente y para el futuro: un día llegará en que se habrá acabado el terror que el orgullo humano siembra en la tierra y los hombres podrán vivir en paz. Los malvados -ahora son paganos, como en Sal 9 - habrán desaparecido. Los que otrora lloraban y sufrían por la opresión y la explotación y la injusticia, serán consolados y saciados. Y el reinado de Dios será universal y eterno (Sal 10,16-18).
En las últimas frases los cristianos oímos resonar las palabras de Cristo: dichosos los pobres, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, porque Dios no se olvida de vosotros, os consolará, y os saciará... (véase Mt 5,3-12; Le 6,20-26). Y nos conforta en la esperanza el anuncio del ángel a María: y su reino no tendrá fin (Le 1,33). [Casa de la Biblia: Comentarios al AT]