David es el ungido o mesias, y como tal, es figura de Cristo. Por este camino puede ser transpuesto el salmo a un sentido cristiano; en la transposición, las descripciones plásticas y vigorosas de violencia material se espiritualizan y adquieren un valor simbólico: Dios siempre es baluarte en nuestra lucha contra el mal.
Por tratarse de un salmo excepcionalmente largo, resulta difícil ofrecer una visión detallada de cómo está organizado. A grandes rasgos, podemos distinguir en él cuatro partes: 2-4; 5-28; 29-46, 47-51. La primera es la introducción. El salmista confiesa amar al Señor, pues le escuchó cuando le invocaba. Dios recibe los nombres de «roca», «alcázar», «libertador», «peña», «refugio», «escudo», «fuerza salvadora» y «baluarte». Son términos que sugieren protección, defensa, liberación. La mayoría de ellos están tomados de la vida militar. La segunda parte (5-28) consiste en una larga acción de gracias que muestra cómo el Señor se ha convertido en «roca», «fortaleza», etc., para la persona del rey. El salmo describe una situación de peligro (5-6): «olas mortales», «torrentes destructores», «lazos de muerte», «trampas mortales», la circunstancia a que ha tenido que hacer frente el rey. Todo ello suscitó el clamor dirigido al Señor (7), que responde derrotando a los enemigos del rey (8-28). La tercera parte (29-46) es un himno de alabanza motivado por la intervención del Señor en favor del rey. Es un canto de victoria, pues Dios se ha convertido en lámpara que ilumina la vida y el camino del rey (29), concediéndole la victoria. Con su ayuda, el rey reduce a los enemigos del pueblo de Dios a polvo que se lleva el viento, aplastándolos como se aplasta el barro del camino (43). Es la derrota total de los enemigos. La última parte (47-51) es la conclusión del salmo. Aquí se hace mención de la persona del rey, al que también se llama «ungido» (51), poniendo de relieve que Dios es fiel a David y a sus descendientes que ocupan el trono de Judá.
Los salmos reales tratan de presentar al Señor como aliado del rey, como si la monarquía fuera un elemento esencial de los proyectos de Dios. Al leer este salmo desde esta perspectiva, descubrimos que Dios es el aliado y defensor de su pueblo al conducir al rey a la victoria contra las agresiones de otros pueblos. De hecho, esta era una de las tareas más importantes en la vida de los reyes en tiempos de la monarquía: ir a la guerra para defender al pueblo contra las naciones que amenazaran la soberanía de Israel. Raramente consiguieron alcanzar este objetivo los reyes de Israel y de Judá, convirtiéndose así en los principales responsables de la pérdida de libertad en tiempos del exilio en Babilonia. En contra de esta visión crítica, característica de muchos de los profetas, surgieron los salmos reales, fuertemente teñidos por la ideología defensora de la monarquía. Para estos salmos -pero no sólo para ellos-, el lugar propio de Dios es el templo. Ahí es donde debe quedarse, sin salir para nada. Pero también hay una tradición en el Antiguo Testamento que considera el templo como una especie de lugar de confinamiento divino y como un intento de controlarlo.
Después del exilio en Babilonia, se siguieron rezando estos salmos, alimentando una nueva esperanza en el pueblo: ¿Cuándo surgirá ese mesías victorioso, aliado del Señor?
El Nuevo Testamento afirma que Jesús es el Mesías y que en él quedó sellada para siempre la Alianza entre Dios y la humanidad. Pero Jesús no se presentó como un guerrero victorioso que despedaza a los pueblos y las naciones, reduciéndolos a polvo y aplastándolos como el barro del camino. Todo lo contrario. Al anunciar la proximidad del Reino (véase Mc 1,15), afirmó que su Reino no es de este mundo (Jn 18,36). Esto no quiere decir que el Reino sea algo previsto para los siglos futuros ni que, para entrar en él, tengamos que salir de este mundo y emigrar a otro planeta. Jesús quiere decir simplemente que su Reino no se construye desde los criterios y las relaciones desiguales de este mundo cruel en que vivimos. El Reino es para este mundo, pero sus propuestas son totalmente diferentes de las de los poderosos que dominan y someten a esclavitud.
Dicho de otro modo, Jesús no entiende ni ejerce el poder al estilo de los poderosos de este mundo. Los poderosos, para mantenerse en el poder, matan (esto es lo que Pilato y los líderes político-religiosos de aquella época hicieron con Jesús). Para él, sin embargo, el poder se expresa en el servicio que da la vida. (Bortolini)