El trabajo, Señor, de cada día
nos sea por tu amor santificado,
convierte su dolor en alegría
de amor, que para dar tú nos has dado.
Paciente y larga es nuestra tarea
en la noche oscura del amor que espera;
dulce huésped del alma, al que flaquea
dale tu luz, tu fuerza que aligera.
En el alto gozoso del camino,
demos gracias a Dios, que nos concede
la esperanza sin fin del don divino;
todo lo puede en él quien nada puede. Amén.
o bien:
Se cubrieron de luto los montes
a la hora de nona.
El Señor rasgó el velo del templo
a la hora de nona.
Dieron gritos las piedras en duelo
a la hora de nona.
Y Jesús inclinó la cabeza
a la hora de nona.
Hora de gracia,
en que Dios da su paz a la tierra
por la sangre de Cristo.
Levantaron sus ojos los pueblos
a la hora de nona.
Contemplaron al que traspasaron
a la hora de nona.
Del costado manó sangre y agua
a la hora de nona.
Quien lo vio es el que da testimonio
a la hora de nona.
Hora de gracia,
en que Dios da su paz a la tierra
por la sangre de Cristo. Amén.
Ant: Que tu bondad me consuele según tu promesa.
Tus manos me hicieron y me formaron:
instrúyeme para que aprenda tus mandatos;
tus fieles verán con alegría
que he esperado en tu palabra;
reconozco, Señor, que tus mandamientos son justos,
que con razón me hiciste sufrir.
Que tu bondad me consuele,
según la promesa hecha a tu siervo;
cuando me alcance tu compasión, viviré,
y mis delicias serán tu voluntad;
que se avergüencen los insolentes
del daño que me hacen;
yo meditaré tus decretos.
Vuelvan a mí tus fieles
que hacen caso de tus preceptos;
sea mi corazón perfecto en tus leyes,
así no quedaré avergonzado.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Que tu bondad me consuele según tu promesa.
Salmo 58,2-5.10-11.17-18: Oración pidiendo la protección de Dios contra los enemigos
Ant: Protégeme de mis agresores, Dios mío.
Estas súplicas expresan la confianza del Salvador en su Padre (Eusebio de Cesarea)
Líbrame de mi enemigo, Dios mío;
protégeme de mis agresores,
líbrame de los malhechores,
sálvame de los hombres sanguinarios.
Mira que me están acechando,
y me acosan los poderosos:
sin que yo haya pecado ni faltado, Señor,
sin culpa mía, avanzan para acometerme.
Despierta, ven a mi encuentro, mira:
tú, el Señor de los ejércitos,
el Dios de Israel.
Estoy velando contigo, fuerza mía,
porque tú, oh Dios, eres mi alcázar;
que tu favor se adelante, oh Dios,
y me haga ver la derrota del enemigo.
Pero yo cantaré tu fuerza,
por la mañana aclamaré tu misericordia;
porque has sido mi alcázar
y mi refugio en el peligro.
Y tocaré en tu honor, fuerza mía,
porque tú, oh Dios, eres mi alcázar.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Protégeme de mis agresores, Dios mío.
Salmo 59: Oración después de una calamidad
Ant: Dichoso el hombre a quien corrige Dios; él hiere y venda la herida.
En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: Yo he vencido al mundo (Jn 16,33)
Oh Dios, nos rechazaste y rompiste nuestras filas;
estabas airado, pero restáuranos.
Has sacudido y agrietado el país:
repara sus grietas, que se desmorona.
Hiciste sufrir un desastre a tu pueblo,
dándole a beber un vino de vértigo;
diste a tus fieles la señal de desbandada,
haciéndolos huir de los arcos.
Para que se salven tus predilectos,
que tu mano salvadora nos responda.
Dios habló en su santuario:
«Triunfante ocuparé Siquén,
parcelaré el valle de Sucot;
mío es Galaad, mío Manasés,
Efraín es yelmo de mi cabeza,
Judá es mi cetro;
Moab, una jofaina para lavarme;
sobre Edom echo mi sandalia,
sobre Filistea canto victoria».
Pero ¿quién me guiará a la plaza fuerte,
quién me conducirá a Edom,
si tú, oh Dios, nos has rechazado
y no sales ya con nuestras tropas?
Auxílianos contra el enemigo,
que la ayuda del hombre es inútil.
Con Dios haremos proezas,
Él pisoteará a nuestros enemigos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Dichoso el hombre a quien corrige Dios; él hiere y venda la herida.
Salmo 125: Dios, alegría y esperanza nuestra
Ant: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo (2Co 1,7)
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.
Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.
Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.
Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Salmo 126: El esfuerzo humano es inútil sin Dios
Ant: El Señor nos construya la casa y nos guarde la ciudad.
Sois edificio de Dios (1Co 3,9)
Si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.
Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!
La herencia que da el Señor son los hijos;
su salario, el fruto del vientre:
son saetas en manos de un guerrero
los hijos de la juventud.
Dichoso el hombre que llena
con ellas su aljaba:
No quedará derrotado cuando litigue
con su adversario en la plaza.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: El Señor nos construya la casa y nos guarde la ciudad.
Salmo 127: Paz doméstica en el hogar del justo
Ant: Dichoso el que teme al Señor.
"Que el Señor te bendiga desde Sión", es decir, desde su Iglesia (Arnobio)
Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien;
tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa:
ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida;
que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Dichoso el que teme al Señor.
Oremos:
Señor Jesucristo, que, colgado en la cruz, diste al ladrón arrepentido el reino eterno, míranos a nosotros, que, como él, confesamos nuestras culpas, y concédenos poder entrar también, como él, después de la muerte, en el paraíso. Que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.