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si alguno oye mi voz y me abre la puerta,
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Documentación: San Agustín: Confesiones
Libro I
«La infancia»

Partes de esta serie: Introducción · Libro I · Libro II · Libro III · Libro IV · Libro V · Libro VI · Libro VII · Libro VIII · Libro IX · Libro X · Libro XI · Libro XII · Libro XIII

Libro Primero: La infancia

CONTENIDO
I. Alabanza e invocación
II. Dios está presente en todas las cosas
III. La presencia de Dios desborda todas las cosas
IV. Dios es misterioso
V. Dios es la salud del alma
VI. Primeros dones de Dios. ¿Dónde comienza la vida?
VII. Pecados de la primera infancia
VIII. La adquisición del lenguaje
IX. En la escuela primaria. Los castigos
X. Los pecados del escolar
XI. Grave enfermedad y petición del bautismo
XII. Aborrecible pedagogía
XIII. La escuela de los gramáticos. Aversión al griego y afición a las letras latinas
XIV. Gusto y disgusto en la educación
XV. Súplica: Sus letras para el servicio de Dios
XVI. La educación corruptora
XVII. Ejercicios literarios
XVIII. El bien hablar preferido al bien obrar
XIX. Pecados del adolescente
XX. Acción de gracias por los dones naturales
Notas al Libro I

CAPÍTULO I

ALABANZA E INVOCACIÓN

1. Grande eres, Señor, y muy digno de alabanza; grande es tu poder, tu sabiduría no tiene límite.

Y quiere alabarte un hombre, parte insignificante de tu creación, y un hombre que por doquier lleva consigo su mortalidad, que por doquier lleva consigo el testimonio de su pecado y el testimonio de que resistes a los soberbios.

Y, a pesar de todo, quiere alabarte un hombre, parte insignificante de tu creación.

Tú le mueves a que se deleite en alabarte, porque nos has creado orientados hacia ti y sin reposo está nuestro corazón hasta que repose en ti.

Concédeme, Señor, saber y entender si es primero el invocarte que el alabarte, si es primero el conocerte que el invocarte.

Pero ¿quién te invoca, si no te conoce? Porque el que no conoce, puede invocar una cosa por otra.

¿No te invoca, más bien, para conocerte? Pero ¿cómo invocarán a aquél en quien no han creído? Y ¿cómo creerán, si nadie predica?

Alabarán al Señor los que le buscan. Porque buscándole le encuentran y, al encontrarle, le alabarán.

Búsquete, Señor, invocándote, e invóquete, creyendo en ti, puesto que nos has sido predicado. Te invoca, Señor, mi fe, la fe que tú me has dado, que tú me has inspirado por la humanidad de tu Hijo, por el ministerio de tu predicador.1

CAPÍTULO II

DIOS ESTÁ PRESENTE EN TODAS LAS COSAS

2. Y ¿cómo invocaré a mi Dios, a mi Dios y mi Señor, puesto que, efectivamente, para que venga a mí le llamaré cuando le invoque?2 Y ¿qué lugar hay en mí, adonde venga a mí mi Dios, adonde Dios venga a mí, Dios, que ha hecho el cielo y la tierra?

Señor, Dios mío, ¿es que hay algo en mí capaz de abarcarte? ¿Acaso el cielo y la tierra, que tú hiciste, y en los que me hiciste a mí, pueden abarcarte? O ¿por el hecho de que sin ti no existiría nada de lo que existe, te ha de contener todo cuanto existe? ¡Entonces, como yo también existo, ¿por qué pido que vengas a mí, que no existiría, si no estuvieses en mí?

Aún no estoy en los infiernos3 y, no obstante, también allí estás tú. Porque si descendiere a los infiernos, allí estás tú presente.

No existiría, pues, Dios mío, no existiría yo en absoluto, si no estuvieras en mí. O, mejor dicho, no existiría yo si no estuviera en ti, de quién son todas las cosas, por quién son todas las cosas, en quién son todas las cosas.

Así es, Señor, así es. ¿A qué lugar te llamo, si estoy en ti? ¿De dónde has de venir a mí? ¿A qué parte, fuera del cielo y de la tierra, me habré de retirar, para que desde allí venga a mí mi Dios, que ha dicho: yo lleno el cielo y la tierra?

CAPÍTULO III

LA PRESENCIA DE DIOS DESBORDA TODAS LAS COSAS

3. ¿Contiénente, acaso, el cielo y la tierra por el hecho de que los llenas? O ¿no será, más bien, que los llenas y hasta sobra, porque no te abarcan? Y ¿dónde derramas lo que, una vez llenos cielo y tierra, queda de ti?

¿Es que no tienes necesidad de ser contenido por criatura alguna tú, que contienes todas las cosas, puesto que las que llenas, las llenas conteniéndolas? No son, por supuesto, los vasos llenos de ti los que te dan consistencia, ya que, aunque se rompan, tú no te derramas. Y cuando te derramas sobre nosotros, no te caes tú, sino que nos levantas a nosotros, no te desparramas sino que nos recoges.

Mas todas aquellas cosas que llenas, llénaslas todas con todo tu ser. O ¿es que, como no pueden abarcarte todas todo entero, contienen una parte de ti y contienen la misma parte todas a la vez? O ¿contienen una parte cada una, las más grandes una mayor y una más pequeña las más pequeñas? Pero, ¿acaso hay en ti una parte más grande y otra más chica? O ¿estás todo en todas partes, sin que ninguna cosa te contenga todo entero?

CAPÍTULO IV

DIOS ES MISTERIOSO

4. ¿Qué es, pues, mi Dios? ¿Qué es, pregunto, sino el Señor Dios? Porque ¿qué Señor hay fuera del Señor? O ¿qué Dios fuera de nuestro Dios?

Oh sumo, óptimo, poderosísimo, omnipotentísimo, misericordiosísimo y justísimo, ocultísimo y presentísimo, hermosísimo y fortísimo; estable e incomprensible, no puedes cambiar cambiándolo todo, nunca nuevo y nunca viejo; que renuevas todas las cosas y conduces a decrepitud a los soberbios sin que ellos lo sepan; siempre activo, siempre en reposo, recogiendo sin tener necesidad, sosteniendo y llenando y protegiendo, creando y alimentando y perfeccionando, buscando, aunque no te falte nada.

Amas y no sientes pasión, estás celoso y lleno de seguridad, te arrepientes y no sufres, te irritas y estás tranquilo. Mudas de obra, pero no de parecer; recibes lo que encuentras y no perdiste nunca; jamás pobre y disfrutas con las ganancias; nunca avaro, reclamas intereses. Se te da de más para hacerte deudor y ¿quién tiene algo que no sea tuyo? Pagas deudas sin deber a nadie, perdonas las deudas sin perder nada.

Y ¿qué es lo que hemos dicho, Dios mío, vida mía, santa dulzura mía? O ¿qué habla uno cuando de ti habla? Y ¡ay de los que se callan acerca de ti! Porque, parleros, son mudos.4

CAPÍTULO V

DIOS ES LA SALUD DEL ALMA

5. ¿Quién me dará descansar en ti? ¿Quién me dará que vengas a mi corazón y lo embriagues, para que olvide yo mis males y me abrace a mi único bien, que eres tú?

¿Qué eres para mí? Ten piedad de mí, para que yo hable. Y ¿qué soy yo mismo para ti, para queme mandes que te ame y para que, si no lo hago, te irrites contra mí y me amenaces con ingentes calamidades? ¿Acaso es pequeña calamidad el no amarte? ¡Ay de mí!

Dime, por tus misericordias, Señor, Dios mío, lo que eres para mí. Di a mi alma: yo soy tu salud. Dilo de manera que yo lo oiga. He aquí, ante ti, Señor, los oídos de mi corazón. Ábrelos y di a mi alma: yo soy tu salud. Correré tras esta palabra y me asiré a ti. No me ocultes tu faz —muera yo o no muera—, a fin de que la vea.

6. Angosta es la casa de mi alma para que vengas a alojarte en ella: ensánchese gracias a ti. Está en ruinas: repárala. Cosas tiene que ofenden a tus ojos; lo confieso y lo sé. Pero ¿quién la purificará? O ¿a quién otro, que no seas tú, clamaré: de mis culpas ocultas limpíame, Señor, y de las ajenas preserva a tu siervo? Creo y por eso hablo. Señor, tú lo sabes. ¿No te he gritado contra mí mis faltas, Dios mío, y no has perdonado tú la impiedad de mi corazón?

No entro en juicio contigo, que eres la verdad; y no quiero engañarme a mí mismo, no sea que se mienta a sí misma mi iniquidad. No entro, pues, en juicio contigo, porque si tomas en cuenta, Señor, las iniquidades, ¿quién quedará en pie, Señor?

CAPÍTULO VI

PRIMEROS DONES DE DIOS. ¿DÓNDE COMIENZA LA VIDA?

7. Permíteme, empero, que hable en presencia de tu misericordia, yo, tierra y ceniza. Permíteme que hable, que es a tu misericordia, y no a un hombre que se burlaría de mí, a quien hablo.5 Quizá tu también te burles de mí, pero, volviendo a mirarme, me compadecerás.

Porque ¿qué es lo que quiero decir, Señor, sino que no sé de dónde he venido acá,6 a ésta, por así decir, vida que muere o muerte que vive? No lo sé.

Aquí me recibieron los consuelos de tus misericordias, conforme oí contar a mi padre y a mi madre según la carne, del cual y en la cual me formaste en el tiempo, porque yo no me acuerdo.

Recibiéronme, pues, los consuelos de la leche humana, y ni mi madre ni mis nodrizas se llenaban los pechos, sino que tú, por medio de ellas, me dabas el alimento de la infancia, según tus disposiciones y las riquezas que has puesto hasta en lo más profundo de las cosas.

Eras tú también el que me concedías no querer más de lo que me otorgabas, y a mis nodrizas el que quisiesen darme lo que tú les dabas, ya que querían darme, según un bien ordenado sentimiento, lo que de ti en abundancia poseían. Pues era un bien para ellas el bien que de ellas me venía. No procedía de ellas, no, pero pasaba a través de ellas. De ti, oh Dios, proceden en definitiva todos los bienes; de mi Dios me viene toda mi salud.

De esto no me di cuenta hasta más tarde, cuando tú me lo gritaste a través de esos mismos dones que me concedes interior y exteriormente. Lo único que yo sabía en aquel entonces era mamar y plegarme a lo que halagaba a mi carne o llorar por lo que le contrariaba. Nada más.7

8. Más tarde empecé también a reir, al principio dormido, luego despierto.8 Esto es lo que de mi me han contado, y lo he creído, pues así vemos que hacen también los demás niños. En realidad no me acuerdo de lo que hacía entonces.

Y poco a poco me iba dando cuenta del lugar en que estaba, y quería manifestar mis deseos a quienes los podían satisfacer y no podía, porque aquéllos estaban dentro y éstos fuera, y no les era posible penetrar en mi alma con ninguno de sus sentidos. Así que soltaba acá y allá miembros y gritos, signos semejantes a mis deseos, los pocos que podía y como podía, porque no eran verdaderamente semejantes. Y cuando no se me daba gusto, bien porque no me comprendían, bien porque temían hacerme daño, me enojaba con los mayores que no se sometían’ y con las personas libres que no aceptaban ser esclavos y, llorando, me vengaba de ellos.

Así he ido comprendiendo que son los niños, a través de los que he podido conocer. Y que yo fui también así los mismos niños me lo han revelado sin saberlo, mejor que el saber de los que me criaron.9

9. Y he aquí que mi infancia hace ya mucho que murió y yo estoy vivo. Mas tú, Señor, que siempre vives y nada muere en ti —porque antes del comienzo de los siglos y aun antes de todo lo que se puede decir "antes" eres tú, y eres Dios y Señor de todo cuanto has creado, y en ti se hallan estables las causas de todas las cosas inestables, y permanecen inmutables los orígenes de todas las cosas mudables, y viven las ideas eternas de todas las criaturas carentes de razón y temporales—, dime a mí, que te lo suplico, ¡oh Dios!, dime misericordioso a mí miserable si mi infancia vino después de algún otro período ya muerto de mi vida. ¿Acaso es ese período el que pasé en las entrañas de mi madre? Porque también acerca de él he tenido algunas enseñanzas, y he visto yo mismo mujeres encinta.

¿Qué hubo antes de ese período, dulzura mía, Dios mío? ¿Estuve en alguna parte? ¿Fui alguien? Porque no tengo quien pueda aclararme estas cosas; ni mi padre ni mi madre pudieron, ni la experiencia de otros, ni mi memoria.10 ¿Por ventura te ríes de mí cuando te pregunto tales cosas y me ordenas que te alabe y te confiese sólo por lo que conozco?11

10. Te confieso, Señor del cielo y de la tierra, alabándote por los comienzos de mi existencia y por mi infancia, de los que no me acuerdo; pero has concedido al hombre que los conjeture basándose en los demás y que tenga que creer muchas cosas de sí mismo, fiándose de la autoridad aun de humildes mujercillas.

Existía yo, por cierto, y vivía para entonces y, ya hacia el fin de mi infancia,12 buscaba señas con que dar a conocer a los demás mis sentimientos.

¿De dónde podía proceder este tal ser animado sino de ti, Señor? ¿Será alguno, por ventura, el artífice de sí mismo? O ¿vendrá de otra parte algún venero, por donde fluya hasta nosotros el ser y la vida, sin que nos crees tú, Señor, para quien ser y vivir no son cosas distintas, puesto que el supremo ser y el supremo vivir son una misma cosa? Eres, efectivamente, el Ser supremo y no te mudas ni en ti se acaba el día de hoy. Aunque sí se acaba en ti, porque en ti están también todas esas cosas, que no tendrían caminos para pasar si tú no las contuvieras. Y como tus años no fenecen, son tus años como un "hoy".

¡Cuántos días nuestros y de nuestros padres han discurrido ya por ese "hoy" tuyo, y de él han recibido su medida y de alguna manera han existido! Y pasarán otros todavía, y recibirán su medida y de alguna manera existirán. En cambio, tú eres siempre el mismo, y a todas las cosas del mañana y más allá, y a todas las cosas del ayer y más atrás, las trocarás en "hoy", las has trocado en "hoy".

¿Qué me importa que alguno no entienda? Regocíjese hasta ese, tal,, diciendo: ¿qué es esto? Regocíjese también así y prefiera, no encontrando, encontrarte, que, encontrando, no encontrarte.

CAPÍTULO VII

PECADOS DE LA PRIMERA INFANCIA

11. Escucha, ¡oh Dios! ¡Qué calamidad los pecados de los hombres! Y es un hombre quien dice esto, y tú te apiadas de él, porque tú le hiciste a él y no hiciste en él el pecado.

¿Quién me recuerda el pecado de mi infancia? Porque nadie está limpio de pecado en tu presencia, ni siquiera el niño que no cuenta más que un día de vida sobre la tierra. ¿Quién me lo recuerda? ¿Acaso cualquier parvulito de ahora, en quien estoy contemplando lo que de mí no recuerdo?

¿Cuál era, pues, entonces mi pecado? ¿Acaso el anhelar ansiosamente el pecho llorando? Porque si ahora lo hiciese, si anhelase con tal ansia, no el pecho, sino el alimento propio de mis años, se mofarían de mí y me reprenderían con toda justicia.

Luego hacía yo entonces cosas reprensibles, pero como no podía comprender al reprensor, ni la costumbre ni la razón permitían que yo fuese reprendido. De hecho extirpamos y arrojamos de nosotros tales cosas con el crecer de la edad, y jamás he visto a nadie que, al limpiar una cosa de lo que tiene de malo, deseche adrede lo que es bueno.

¿Era bueno, por ventura, habida cuenta de la edad, pedir llorando incluso lo que hubiera sido perjudicial que se me diese, indignarse con rabia contra personas libres y mayores y hasta contra los propios progenitores, cuando no se sometían, y además, a muchos que, más prudentes, no consecuentaban mis más mínimos caprichos, procurar, golpeándoles, hacerles el mayor daño posible, porque no obedecían unas órdenes que hubiese sido perjudicial obedecer?

De modo que es inocente la endeblez de los miembros infantiles, que no el alma de los niños.13 Yo mismo he visto y observado de cerca a un niño celoso; no hablaba todavía y ya, pálido y con torvo mirar, tenía clavados sus ojos en su hermano de leche. ¿Quién no sabe de esto? Madres y nodrizas pretenden conjurar este mal con no sé qué remedios.14

A menos que sea también inocencia el no tolerar por compañero, en la fuente de la leche que mana copiosa y abundante, a uno que está sumamente necesitado de socorro, y no puede vivir todavía más que con ese único alimento.

Toléranse, no obstante, con indulgencia esos defectos, no porque sean nada o cosas baladíes, sino porque desaparecerán con el transcurso del tiempo. La prueba está en que no pueden tolerarse sin irritación, cuando los descubrimos en personas de alguna edad.

12. Así, pues, Señor y Dios mío, tú, que has dado al niño, además de la vida, un cuerpo al que dotaste, según vemos, de sentidos, ensamblaste con miembros, embelleciste con hermosa apariencia y, para su integridad e incolumnidad, le infundiste todos los instintos de la vida, tú me ordenas que te alabe por tales dones y que te confiese y celebre tu nombre, oh Altísimo, porque eres un Dios todopoderoso y bueno, aunque no hubieras hecho más que esas cosas, que ningún otro puede hacer fuera de ti, oh Unidad, de quien procede toda medida, oh Forma perfecta, que das forma a todas las cosas y todas las ordenas con tu ley.

Esa edad, pues, Señor, que no recuerdo haber vivido, acerca de la cual hube de atenerme al testimonio ajeno y de la que he conjeturado por los demás niños que también yo debí pasarla, aunque sea muy digna de crédito esta conjetura, me repugna, Señor, asociarla a mi vida actual, la que sigo viviendo en este siglo. Por lo que respecta a las tinieblas de mi olvido, corren parejas esa parte de mi vida con la que viví en el seno de mi madre.

Porque si he sido concebido en la iniquidad, y en el pecado me alimentó mi madre en su seno, ¿dónde, Dios mío, te ruego; dónde, Señor, yo, tu siervo; dónde o cuándo he sido inocente?

Mas paso ya por alto aquel período. Porque ¿qué he de hacer con él, si no conservo de él vestigio alguno?

CAPÍTULO VIII

LA ADQUISICIÓN DEL LENGUAJE

13. Al salir de la primera infancia, ¿no llegué, caminando hacia el presente, a la puericia?,15 o, más bien, ¿no ha sido ella la que vino a mí y sucedió a la infancia? Ni desapareció ésta. ¿Adonde, en efecto, se había de ir? Y, sin embargo, ya no existía. Porque no era yo infante que no hablase, sino un niño que hablaba ya.16

Me acuerdo de esto. Y más adelante me di cuenta de cómo había aprendido a hablar. Porque no me enseñaban las personas mayores presentándome las palabras conforme a un determinado método de enseñanza, como poco después las letras, sino que yo mismo, con la inteligencia que tú me diste, Dios mío, con gemidos y gritos diversos y con diversos gestos quería manifestar los sentimientos de mi corazón, a fin de que se obedeciese a mi voluntad, pero no podía ni expresar todo lo que quería, ni hacérselo entender a todos los que yo quería. Entonces grababa en la memoria: cuando ellos nombraban cualquier objeto y cuando, al nombrarlo, lo señalaban con algún movimiento del cuerpo, observaba y retenía que aquel objeto era designado por ellos con el nombre que pronunciaban cuando tenían intención de mostrarlo. Que ellos querían eso desprendíase de los gestos del cuerpo, que son como el lenguaje natural de todos los pueblos, hecho con el rostro, con la expresión de los ojos y con el movimiento de los demás miembros, así como con el tono de la voz, indicador de los sentimientos del alma al pedir, retener, rechazar o evitar alguna cosa.

De esta manera iba poco a poco coligiendo de qué objetos eran signos las palabras, puestas en su lugar en las diversas frases y repetidamente oídas; y, una vez acostumbrada mi boca a esos signos, expresaba ya mi querer por medio de ellos.

De esta suerte empecé a comunicar con aquellos que me rodeaban los signos que sirven para expresar los deseos y me adentré aún más en la procelosa convivencia de la vida humana, pendiente todavía de la autoridad de mis padres y del albedrío de mis mayores.

CAPÍTULO IX

EN LA ESCUELA PRIMARIA. LOS CASTIGOS

14. ¡Dios, Dios mío! ¡Qué de miserias y de engaños experimenté en aquella edad, cuando a mí, niño, se me proponía como modelo de conducta honesta el obedecer a quienes me aconsejaban que brillase en este mundo y que descollase en las artes de la verbosidad, que tanto sirven para alcanzar las honras humanas y las falsas riquezas!

Para eso fui enviado a la escuela17 a aprender las letras yo que, miserable de mí, ignoraba lo que en ellas había de provecho. Y, con todo, si era remiso en aprender, se me golpeaba. Las personas mayores aprobaban este método y no pocos, antes que nosotros, llevando tal género de vida, habían trazado caminos agobiantes por los que se nos obligaba a transitar, multiplicando las fatigas y el dolor, a los hijos de Adán.18

Al menos hallamos, Señor, hombres que te invocaban y de ellos aprendimos, captándolo como podíamos, que eres un ser grande, que puedes, aun sin mostrarte a nuestros sentidos, oirnos y socorrernos. Por lo que, todavía niño, comencé a rogarte, mi auxilio y mi refugio, y al invocarte rompía las ataduras de mi lengua y, aunque pequeño, te suplicaba, con un fervor nada pequeño, que no me azotasen en la escuela. Y cuando no me escuchabas, cosa que no era para confusión mía, las personas mayores y hasta mis propios padres, que no querían que me acaeciese mal alguno, reíanse de mis azotes, enorme y grave calamidad para mí entonces.19

15. ¿Existe algún hombre, Señor, un alma tan grande, unida a ti con tan sublime afecto; existe alguien, digo —porque cierta estupidez produce también este mismo resultado—, existe, repito, alguno que, estando unido santamente a ti, posea un fervor tan grande que desprecie los potros y los garfios de hierro y demás instrumentos de tortura de ese género —por librarse de los cuales de todas las partes del mundo se te dirigen súplicas con gran temor— y se burle de quienes se espantan de ellos, como nuestros padres se burlaban de los tormentos con que a nosotros, niños, nos castigaban nuestros maestros?20 En realidad no los temíamos menos ni te implorábamos con menos ardor para evitarlos y, no obstante, pecábamos, escribiendo, leyendo o repasando las letras con menos empeño del que se nos exigía.

Y no es que nos faltase, Señor, memoria ni inteligencia, que nos las diste, por tu voluntad, suficientes para aquella edad. Pero nos agradaba jugar y eso lo castigaban en nosotros quienes no obraban de otra suerte. Sólo que las diversiones de los mayores llamábanse negocios y aunque las de los niños sean de la misma especie, son éstos castigados por los adultos. Y nadie tiene compasión de los niños o de los adultos o de unos y de otros.

A menos que a algún árbitro imparcial le parezca bien que haya sido yo azotado porque jugaba de niño a la pelota y ese juego no me dejaba aprender con rapidez las letras, con las que jugaría de mayor más sucio juego. ¿Acaso hacía otra cosa el mismo que me golpeaba? Si en una discusión sin importancia era vencido por alguno de sus compañeros de enseñanza, la bilis y la envidia le atormentaban más que a mí, cuando yo era derrotado en un partido de pelota por un compañero de juego.

CAPÍTULO X

LOS PECADOS DEL ESCOLAR

16. Y, con todo, pecaba yo, Señor Dios mío, ordenador y creador de todos los seres de la naturaleza —si bien del pecado sólo eres ordenador—; pecaba, Señor Dios mío, obrando contra los mandatos de mis padres y de aquellos maestros. Pues podía en lo sucesivo hacer buen uso de las letras que los míos, cualquiera que fuese su intención, querían que aprendiese.

No era desobediente por elegir otra cosa mejor sino por afición al juego. Amaba en las competencias el orgullo de las victorias, me agradaba que halagasen mis oídos con mentirosas fábulas, para sentir así más ardiente comezón, y la misma ávida curiosidad hacía brillar más y más mis ojos por los espectáculos, juegos de los mayores. Mas los que brindan estos juegos gozan de una tan alta consideración, que casi todos desean este honor para sus hijos. Sin embargo, consienten de buen grado en que se los castigue, si con tales espectáculos se retraen de unos estudios, por medio de los cuales desean que puedan llegar ellos a brindarlos semejantes.

Mira, Señor, estas cosas con misericordia y líbranos a quienes ya te invocamos. Libra también a quienes todavía no te invocan, para que te invoquen y los libres.

CAPÍTULO XI

GRAVE ENFERMEDAD Y PETICIÓN DEL BAUTISMO

17. Había oído hablar, siendo todavía niño, de la vida eterna que nos ha sido prometida por la humildad del Señor, nuestro Dios, abajado hasta nuestra soberbia. Y se me signaba ya con la señal de la cruz y se me daba a gustar su sal21 ya desde que salí del seno de mi madre, que siempre esperó mucho en ti.

Tú viste, Señor, cómo cierto día, siendo aún niño, me puso a las puertas de la muerte una opresión del pecho que me abrasaba.22 Tú viste, Dios mío, puesto que eras ya mi guardián, con qué fervor de espíritu y con qué fe solicité de la piedad de mi madre y de la madre de todos nosotros, tu Iglesia, el bautismo de tu Cristo, mi Dios y Señor. Y consternada la madre de mi carne, como que alumbraba también mi salvación eterna con más amor y con un corazón casto en tu fe, había, presurosa, tomado providencias, para que fuese iniciado en los sacramentos de la salud y purificado, confesándote, Señor Jesús, para remisión de los pecados, cuando torné súbitamente a mejorar. Así se aplazó mi purificación, como si fuese menester que todavía me manchase más si vivía, ya que, efectivamente, después de aquel baño sagrado, sería más grave y más peligrosa la culpa si caía en el fango del pecado.23

De modo que ya por entonces creía yo y creía mi madre y creía toda la casa menos mi padre. El cual, sin embargo, no trató de vencer en mí el derecho de la piedad materna, para convencerme de que no creyese en Cristo, cómo él no había creído todavía. Afanábase mi madre para que tú, Dios mío, fueses mi padre, más bien que él. La ayudabas en esto a triunfar del marido, a quien ella, no obstante ser mejor, servía, porque con tal conducta era a ti, que así lo ordenaras, a quien en verdad servía.24

18. Ruégote, Dios mío: quisiera yo saber, en el supuesto de que tú también lo quieras, si esa decisión de dilatar entonces mi bautismo me ha, para bien mío, como aflojado las riendas del pecar o no las ha aflojado. Pues de ahí viene que todavía ahora, a propósito de unos o de otros, de todos lados oigo sonar en mis oídos: "Déjale que haga, que todavía no está bautizado". Y, sin embargo, tratándose de la salud del cuerpo, no decimos: "Déjale que se hiera más, que todavía no está curado".

¡Cuánto mejor me hubiera sido ser curado rápidamente y obtener, gracias a la diligencia de los míos y a la mía propia, que la salud de mi alma, una vez recuperada, quedase protegida con tu protección, que me la hubieses dado!

Ciertamente que hubiese sido mejor. Mas ¡cuántas y cuán ingentes olas de tentaciones surgían amenazadoras después de la infancia! Bien las conocía ya aquella madre, que prefería exponer a sus embates el barro de donde saldría después mi forma, que no la imagen misma.25

CAPÍTULO XII

ABORRECIBLE PEDAGOGÍA

19. Durante esa misma infancia, de la que se temían para mí menos riesgos que de la adolescencia, no me gustaban las letras y me repugnaba que me forzasen a estudiarlas. Se me forzaba, sin embargo, y eso era bueno para mí. Yo era quien no obraba bien, porque no hubiese aprendido de no haber sido obligado. Nadie, en efecto, obra bien, si obra contra su voluntad, aunque sea bueno lo que hace.

Tampoco obraban bien quienes me forzaban. Era de ti, Dios mío, de quien me venía el bien. No consideraban ellos a qué aplicaría yo lo que me obligaban a aprender, como no fuera a saciar los insaciables apetitos de una opulenta indigencia y de una gloria ignominiosa. Tú, empero, que tienes contados nuestros cabellos, te servías para mi provecho del error de cuantos me apremiaban a estudiar, y del error mío, pues no quería aprender, te servías para mi castigo, que bien merecía sufrir yo, tan pequeño niño aún y ya tan gran pecador.

De esta manera, de quienes no obraban bien sacabas tú un bien para mí; y de mí mismo, que pecaba, sacabas para mí una justa retribución. Así lo has prescrito y así es: que toda alma desordenada sea su propio castigo.

CAPÍTULO XIII

LA ESCUELA DE LOS GRAMÁTICOS. AVERSIÓN AL GRIEGO Y AFICIÓN A LAS LETRAS LATINAS

20. Ni siquiera ahora acierto a comprender claramente por qué motivo aborrecía yo las letras griegas, en las que se me había iniciado desde muy niño. En cambio, gustábanme sobremanera las latinas, no las de los primeros maestros, sino las que enseñan los llamados gramáticos.26 Porque aquellas primeras letras, en las que se aprende a leer, escribir y contar, no me resultaban menos pesadas y fastidiosas que el conjunto de las letras griegas. ¿De dónde procedía también tal aversión sino del pecado y de la vanidad de la vida, por ser yo carne y sopló que pasa y no vuelve?

Porque no cabe la menor duda que eran mejores, por ser más ciertas, aquellas primeras letras, por las que se formaba en mi la facultad, que se formó y que sigo poseyendo, de leer, si encuentro algo escrito, y de escribir yo mismo lo .que quiero, que no aquellas otras por las que se me obligaba a retener en la memoria el curso extraviado de no sé qué Eneas,27 olvidado de mis propios extravíos, y a llorar la muerte de Dido, porque se mató por amor, mientras que yo, más desventurado que nadie, soportaba con los ojos bien secos el que yo mismo fuese muriendo con estas letras a ti, Dios, Vida mía.

21. Porque ¿qué cosa más miserable que un miserable que no tiene misericordia de sí mismo y llora la muerte de Dido, ocasionada por el amor a Eneas, y no llora, en cambio, su propia muerte que se ocasiona por no amarte a ti, oh Dios, luz de mi corazón y pan de la boca interior de mi alma y virtud que fecunda mi inteligencia y el seno de mi pensamiento?

No te amaba y fornicaba lejos de ti y, mientras fornicaba, oía resonar de todas partes: "¡Bravo! ¡Bravo!" Porque la amistad de este mundo es una fornicación lejos de ti, y se grita: "¡Bien! ¡Bien!" para que le dé vergüenza al hombre de no ser fornicador.

Y esto no lo lloraba, y lloraba a Dido "muerta y a hierro fenecida".28 Corría desalado en pos de las últimas de tus criaturas, después de haberte abandonado a ti, y caía, tierra, en la tierra. Y si se me prohibiera leer eso, me hubiera dolido no leer lo que me producía dolor. Semejantes desatinos pasan por ser más nobles y provechosas letras que aquellas otras con las que aprendí a leer y escribir.

22. Mas ahora, clame mi Dios en mi alma y dígame tu verdad: no es así, no es así. Es absolutamente mejor aquella primera enseñanza. Sí, he aquí que estoy más dispuesto a olvidar los pasos errantes de Eneas y todas las fábulas de ese tipo, que a renunciar a escribir y a leer. Es cierto que a la entrada de las escuelas de los gramáticos cuelgan unas cortinas, pero no simbolizan tanto el prestigio de lo esotérico cuanto los tapujos del error.

No griten contra mí aquellos a quienes ya no temo, mientras te confieso, oh Dios mío, lo que mi alma anhela y descanso en la reprobación de mis malos andares, a fin de poder amar tus buenas sendas. No griten contra mí los vendedores y compradores de la gramática, porque si les propongo esta pregunta: ¿Es verdad que antaño vino Eneas a Cartago, como dice el poeta?, los menos instruidos responderán que no lo saben y los más doctos llegarán a decir que no es verdad.

Mas si pregunto con qué letras se escribe el nombre de Eneas, todos cuantos las aprendieron me responderán exactamente, según el pacto y convenio por el que han establecido los hombres entre sí el significado de tales signos. Y lo mismo si pregunto cuál de estas cosas olvidaría uno con mayor detrimento para la vida presente: el leer y escribir o aquellas poéticas ficciones, ¿quién no ve lo que. respondería el que no se haya olvidado por completo de sí mismo?

Luego pecaba yo de niño, Dios mío, cuando anteponía en mi afición las fábulas vanas a los estudios provechosos o, mejor dicho, cuando detestaba éstos y amaba aquéllas. Y, ciertamente, "uno y uno, dos"; "dos y dos, cuatro", era para mí odiosa cantinela29 y delicioso el espectáculo de la vanidad: el caballo de madera, repleto de guerreros armados, el incendio de Troya y "hasta la sombra de la misma Creusa".30

CAPÍTULO XIV

GUSTO Y DISGUSTO EN LA EDUCACIÓN

23. ¿Por qué, pues, destestaba yo también la literatura griega, que tales ficciones canta? En realidad, el mismo Homero es diestro en urdir fábulas de ese tipo y es deliciosamente vano. Y, sin embargo, me resultaba amargo cuando yo era niño. Supongo que también a los niños griegos les pasará lo mismo con Virgilio, cuando lo tienen que aprender a la fuerza, como yo a Homero. Y es que la dificultad, sí, la dificultad de adquirir a fondo una lengua extranjera, rociaba con amargor de hiel todo el encanto de los griegos en las fábulas que narraban. Aún no conocía yo ninguna de aquellas palabras y, con crueles y terribles castigos, se me presionaba violentamente para que las aprendiera.31

Cierto es que tampoco conocía palabra alguna latina en mi primera infancia. Sin embargo, fijando la atención, las fui aprendiendo sin ningún temor ni tormento, incluso entre las caricias de las nodrizas y los juegos y fiestas de quienes conmigo se reían y jugaban. Las aprendí sin la enojosa pesadumbre de los apremios, bajo el solo apremio de mi corazón ansioso de manifestar sus conceptos. Y no me hubiese sido esto hacedero de no haber aprendido algunas palabras, no de los que me enseñaban, sino de los que hablaban, en cuyos oídos iba yo depositando todo lo que sentía.

Esto pone bien de manifiesto que posee mayor eficacia para esos estudios una espontánea curiosidad que una temerosa coacción. Pero refrena ésta última el flujo de aquélla gracias a tus leyes, oh Dios, a tus leyes. Desde las férulas de los maestros hasta las pruebas de los mártires, sirven tus leyes para mezclar saludables amarguras que nos conduzcan a ti, separándonos del ponzoñoso deleite que de ti nos había separado.

CAPÍTULO XV

SÚPLICA: SUS LETRAS PARA EL SERVICIO DE DIOS

24. Escucha, Señor, mi súplica, para que no desmaye mi alma, bajo tu disciplina, ni desmaye yo confesándote tus misericordias, por las que me arrancaste de todas mis perversas sendas. Sé para mi una dulzura que supere todas las seducciones que seguía; haz que te ame con todas mis fuerzas y que me coja de tu mano con toda la fuerza de mi corazón; y líbrame de toda tentación hasta el fin.

Pues que tú, Señor, eres mi Rey y mi Dios, sea para tu servicio todo cuanto de útil aprendí de niño; sea para tu servicio lo que hablo y escribo y leo y cuento, porque, cuando yo aprendí vanidades, dábasme tú el arte de aprender y ya me has perdonado mis culpables complacencias en aquellas vanidades.

Verdad es que aprendí en ellas muchas palabras útiles, mas también se pueden aprender en asuntos que no son vanos, y ése es el camino seguro por donde habían de caminar los niños.

CAPÍTULO XVI

LA EDUCACIÓN CORRUPTORA

25. Mas ¡ay de ti, torrente de la humana costumbre! ¿Quién te resistirá? ¿Cuánto tardarás en secarte? ¿Hasta cuándo arrastrarás a los hijos de Eva hacia el mar inmenso y espantoso que apenas pasan los que han subido al leño?32 ¿No ha sido en ti donde he leído de Júpiter tonante y adúltero a la vez? Verdad es que no podría hacer ambas cosas a un tiempo, pero se las han hecho hacer, para autorizar con su ejemplo un adulterio real, actuando de encubridor un falso trueno.

¿Quién de los maestros que portan pénula33 escucha con paciente oído a un hombre del mismo polvo,34 que grita y dice: "Es una ficción de Homero, que trasladaba lo humano a los dioses; yo preferiría que hubiera trasladado a nosotros lo divino"? Más sincero resultaría decir: era una ficción, sin duda, para él, pero una ficción que atribuía a hombres corrompidos atributos divinos, a fin de que no fuese tenida por corrupción la corrupción y, si algún hombre se entregaba a ella, pareciese que imitaba, no a hombres degenerados sino a los dioses celestiales.

26. Y, sin embargo, oh torrente infernal, en tu corriente son precipitados los hijos de los hombres, pagando honorarios para aprender tales cosas. Y es un asunto de importancia, ya que esto se hace en público, en el foro, al amparo de las leyes, las cuales, además de los honorarios, pagan sueldos.35 Y tus olas golpean tus rocas y en el estrépito clamas: "Aquí se aprenden las palabras, aquí se adquiere la elocuencia indispensable para persuadir en cualquier asunto y para desarrollar los pensamientos".

Como si no conociéramos las palabras: lluvia de oro, regazo, engaño, bóveda del cielo y las demás que figuran en ese pasaje, si Terencio no introdujese un joven bergante, que toma al propio Júpiter como modelo de su estupro, al contemplar una pintura mural donde se representaba cómo Júpiter hizo caer, dícese, en cierta ocasión, una lluvia de oro en el regazo de Dánae para engañar a la mujer.

Y ved cómo se incita a la lujuria, cual si la lección viniese del cielo: "Pero ¡qué dios, exclama, que con horrísono trueno sacude la bóveda del cielo! Y yo, hombrecillo ¿no haría otro tanto? Ya lo he hecho y muy a gusto".36

De ninguna manera, de ninguna manera se aprenden mejor con una torpeza de ese jaez tales palabras, sino que es con palabras de ese jaez como se comete con más seguridad esa torpeza. Yo no echo la culpa a las palabras, que son como vasos escogidos y preciosos, sino al vino del error que maestros ebrios nos servían en ellos y, si no lo bebíamos, se nos azotaba y no teníamos derecho a apelar a ningún juez sobrio.

Y, no obstante, Dios mío, en cuya presencia lo recuerdo ahora sin peligro, yo aprendía con gusto tales cosas y me deleitaba, miserable de mí, en ellas, y por eso se decía de mí que era un niño prometedor.

CAPÍTULO XVII

EJERCICIOS LITERARIOS

27. Permíteme, Dios mío, que diga también algo de mi ingenio, don tuyo, y de las extravagancias en que lo desperdiciaba. Proponíaseme un tema que no daba reposo a mi espíritu, tanto por el premio de la alabanza como por el temor dé la afrenta o de los golpes. Tenía que pronunciar el discurso de Juno, irritada y dolorida porque no podía "alejar de Italia al rey de los troyanos",37 discurso del que ya había oído que jamás lo pronunció Juno. Pero se nos obligaba a seguir las huellas equivocadas de las ficciones poéticas y a decir en prosa lo que el poeta había dicho en verso.38 Y aquél lo decía con mayor elogio que, teniendo en cuenta la dignidad del personaje representado, pintaba con mayor verosimilitud los sentimientos de cólera y de dolor y revestía el pensamiento con palabras apropiadas.

¿De qué servía ser así alabado, oh verdadera Vida, oh Dios mío? ¿De qué ser más aplaudido, cuando declamaba, que muchos condiscípulos de mi edad? ¿No era todo aquello sino humo y viento?

Y ¿no había otros temas en que se ejercitasen mi talento y mi lengua? Tus alabanzas, Señor, tus alabanzas, a través de tus Escrituras, hubieran sostenido el sarmiento de mi corazón y no hubiera sido traqueteado a través de las vaciedades de esas niñerías, torpe presa de las aves. Que es plural el modo de sacrificar a los ángeles prevaricadores.

CAPÍTULO XVIII

EL BIEN HABLAR PREFERIDO AL BIEN OBRAR

28. ¿Qué de extraño tiene, pues, que fuera así arrastrado tras las vanidades y que me alejase de ti, Dios mío, yéndome hacia fuera, cuando se me proponían por modelo unos hombres que, si contando alguna de sus acciones inocentes, empleaban un barbarismo o un solecismo, enrojecían de vergüenza al ser reprendidos, pero que si, relatando sus libertinajes, se servían de términos correctos y bien dispuestos, con facundia y elegancia, se vanagloriaban al ser alabados?

Ves, Señor, estas cosas y guardas silencio, porque eres longánimo, rico en misericordia y veraz. ¿Acaso vas a guardar silencio siempre? Ahora mismo sacas de este abismo insondable al alma que te busca y que tiene sed de tus delicias, al corazón que te dice: He buscado tu rostro; tu rostro, Señor, seguiré buscando. Porque estar lejos de tu rostro es estar en la pasión tenebrosa.

No es con los pies ni con intervalos de lugar como se aleja uno de ti o como se vuelve a ti. ¿Buscó, acaso, aquel tu hijo menor, caballos o carros o naves, o voló con alas visibles, o recorrió el camino moviendo las piernas para, derrochar pródigamente, viviendo en región lejana, lo que tú le habías dado, Padre dulce cuando se lo dabas al partir y más dulce cuando volvía menesteroso? Vivía en una pasión lujuriosa, que es lo mismo que tenebrosa, que es lo mismo que estar lejos de tu rostro.39

29. Mira, Señor Dios, y mira con paciencia, como lo miras siempre, mira con qué diligencia observan los hijos de los hombres, cuando de las letras y de las sílabas se trata, las convenciones recibidas de los que han hablado antes que ellos y cómo descuidan las que han recibido de ti, las convenciones fijadas desde siempre para la salud eterna. Hasta el punto de que si alguno que sabe o que enseña esas viejas convenciones sobre los sonidos violare una regla de la gramática, no aspirando la primera sílaba de la palabra "hominem" al pronunciarla, chocaría más a los hombres que si, violando tus preceptos, aborreciese a un hombre, siendo él hombre. Como si la enemistad de un hombre cualquiera le fuese más perniciosa que el mismo odio con que se irrita contra él. O como si, persiguiendo a otro, le perjudicase más gravemente de lo que se perjudica a su propio corazón con esta hostilidad. Y, por cierto, no está tan dentro de él la ciencia de las letras como lo que está escrito en la conciencia, a saber, que no haga a otro lo que él mismo no querría tolerar.

¡Cuán secreto eres tú, que moras en silencio en las alturas, Dios sólo grande, y que derramas con ley inexorable cegueras punitivas sobre las ilícitas concupiscencias! Un individuo va buscando renombre de elocuente: colocado ante el personaje que es el juez, rodeando de una multitud de hombres acosa a su enemigo con un odio salvaje, tomando las más vigilantes precauciones para evitar la equivocación del lenguaje que le haría pronunciar "inter omines" y, en cambio, no toma ninguna para evitar el furor de espíritu que le empuja a suprimir a un hombre de entre los hombres.40

CAPÍTULO XIX

PECADOS DEL ADOLESCENTE

30. Estas son las costumbres en cuyo umbral estaba acostado yo, desventurado, cuando niño. Tal era la lucha en esa arena, donde tenía más miedo de cometer un barbarismo que cuidado de no envidiar, si lo cometía, a quienes no lo habían cometido.

Digo estas cosas y las confieso ante ti, Dios mío; por ellas era alabado de aquellos cuya aprobación era entonces para mí una buena regla de vida. No veía el abismo de ignominia en que había sido arrojado lejos de tus ojos.

Pues ¿qué cosa, en fin, más deforme a tus ojos que yo mismo? Llegaba hasta a desagradar a tales gentes, engañando con mentiras al pedagogo, a los profesores y a mis padres por amor al juego, por la pasión de ver los espectáculos frívolos y por la regocijada impaciencia en remedarlos.

Cometía también hurtos en la despensa y en la mesa de mis padres, bien dominado por la gula, bien para tener qué dar a los muchachos que, disfrutando en el juego tanto como yo, me vendían, no obstante, el jugar conmigo. Y hasta en el juego amañaba victorias fraudulentas, dominado por mi vano afán de sobresalir. Pero ¿qué cosa se me hacía tan insoportable y echaba en cara con tanta crudeza, si la descubría, como la misma trampa que yo hacía a los demás? Y si me descubrían y me lo reprochaban, prefería encolerizarme antes que ceder.

¿Esta es la inocencia del niño? No lo es, Señor, no lo es. Yo te lo pregunto, Dios mío. Porque estas mismas cosas, las mismas exactamente, pasan cuando los pedagogos y los maestros, las nueces, pelotas y pajarillos son reemplazados por los prefectos y los reyes, el oro, las fincas y los esclavos al llegar a las sucesivas edades mayores, como a las palmetas suceden mayores suplicios.41

Fue la humildad, simbolizada en la estatura del niño, lo que tú, Rey nuestro, alabaste cuando dijiste: De los tales es el reino de los cielos.

CAPÍTULO XX

ACCIÓN DE GRACIAS POR LOS DONES NATURALES

31. A pesar de eso, Señor, a ti que eres el creador y el regulador incomparablemente grande y bueno del universo, a ti, Dios nuestro, sean dadas acciones de gracias, aunque hubieras dispuesto que no pasara yo de niño. Porque ya existía entonces y vivía y sentía y tenía cuidado de la integridad de mi persona, vestigio de la secretísima unidad, de donde tuve el ser. Guardaba también con un sentido interior la integridad de mis sentidos y hasta en mis pequeños pensamientos sobre pequeños asuntos me complacía en la verdad. No quería ser engañado, disfrutaba de buena memoria, iba instruyéndome en el decir, me deleitaba en la amistad, huía del dolor, de la abyección, de la ignorancia. ¿Qué había en un ser viviente tal, que no fuese admirable y digno de alabanza?

Mas todas estas cosas dones son de mi Dios. No me los he dado yo a mí mismo. Todos son buenos y todos ellos son yo.

Bueno es, pues, aquél que me hizo. El es mi bien y en su honor salto de alegría por todos los bienes que me han permitido existir desde la infancia.

Mi pecado estaba en que no era en él sino en sus criaturas, en mí y en las demás, donde buscaba placeres, encumbramientos y verdades, y por eso caía en dolores, confusiones y errores.

Gracias te doy, dulzura mía, honor mío, confianza mía, Dios mío; gracias te doy por tus dones. Pero guárdamelos tú, ya que así me guardarás, y se acrecentarán y se perfeccionarán los dones que me has dado. Y yo seré contigo, porque tú me has concedido que yo sea.

Notas al Libro I:

1 Este predicador, que tantos traductores y comentaristas de las Confesiones identifican con San Ambrosio —a quien, por cierto, refiérese Agustín más adelante (VI, 2, 2) con este mismo término predicador—, designa, en realidad, a Jesucristo, autor de la Revelación.

2 Juega aquí el Santo con el doble sentido del verbo latino invocare: "invocar" y "llamar a". Juego que repite en diferentes pasajes de sus obras.

3 Es decir, entre los muertos. Cfr. "Símbolo de los Apóstoles": descendit ad inferos.

4 En el libro VII, 2, vuelve a emplear esta misma expresión, aplicándola a los maniqueos. Tal vez también aquí pensase en ellos, que hablaban mucho de la criatura y olvidaban al Creador.

5 Múltiples son los pasajes en los que alude el Santo a las burlas de sus enemigos o lectores, sin que hasta la fecha hayamos acertado a descubrir por qué pudieran estar motivadas.

6 El 13 de noviembre del año 354. Parece, a primera vista, una alusión al problema de la preexistencia del alma, cuya solución durante tanto tiempo buscara Agustín sin lograr dar con ella. Aunque, tal vez, sea preferible, ver en esta ignorancia del hombre acerca de las fuentes de su vida un signo de la contingencia de su ser. En tal sentido está tratada y resuelta la cuestión en los párrafos 9 y 10.

7 Hubiera sido natural que hablase en este párrafo de la familia, pero ha optado por no seguir en este caso la práctica de todo buen retórico. El ambiente familiar no será descrito hasta el libro IX, con la cálida evocación de su madre. Para Agustín la vida no comienza con el padre y la madre, sino con Dios y el pecado.

8 Observación que ya encontramos en Aristóteles.

9 Estas observaciones personales del de Hipona no parecen aducidas tanto con miras pedagógicas cuanto para sacar de ellas conclusiones teológicas, preocupado como estaba por aquellos días por el problema del pecado original.

10 San Agustín, rechazó abiertamente la doctrina platónico-origenista, según la cual, las almas, antes de encarnarse, preexistieron en alguna parte, de donde fueron arrojadas a los cuerpos en castigo de supuestas faltas. Pero nunca, ni siquiera al fin de su vida cuando escribió las Retractaciones, escogió una solución definitiva en el problema del origen de las almas, inclinándose ora por el traduccionismo, ora por el creacionismo.

11 Ya tenemos bastante con lo que conocemos para alabar a Dios, sin necesidad de ponernos a hacerlo por cosas que escapan a nuestro conocimiento.

12 Hay aquí una neta distinción entre la primera y la segunda infancia, por lo demás, distinguían los antiguos siete épocas o edades en la existencia humana: la infancia, desde el nacimiento hasta los siete años; la puericia o niñez, de los siete a los catorce; la adolescencia, de los catorce a los veintiocho; la juventud, de los veintiocho a los cincuenta; la madurez, de los cincuenta a los sesenta; la senectud o vejez, de los sesenta a los ochenta y la decrepitud, hasta la muerte. A esta clásica distinción se atiene San Agustín en otras de sus obras. En las Confesiones reproduce la sucesión de las edades para describir su vida. Comienza por la existencia uterina y la primera infancia (primordia et infantia), a la que pone fin cuando el niño expresa ya sus sentimientos por medio de signos (I, 6, 10). El paso a la infancia propiamente dicha (pueritia) está claramente expresado tanto en el presente pasaje como en I, 8, 13, así como el tránsito a la adolescencia (adulescentia) (II, 1, 1), que se inicia con la pubertad. El paso de la adolescencia a la edad madura (iuuentus) está de nuevo señalada en VII, 1, 1; corresponde aquí a los primeros años de la treintena.

13 En su obrita De peccatorum meritis et remissione, trata Agustín con más detenimiento estos puntos doctrinales.

14 Ateniéndose a la creencia de que la envidia era efecto de algún maleficio, solían prevenirse los antiguos contra él usando diferentes amuletos y practicando ciertos ritos.

15 Véase la nota 12.

16 El hecho nuevo, característico de la nueva edad de que comienza a hablar Agustín, la puericia, es la palabra. Brevemente analiza el proceso por el que llegó a ella: no por una enseñanza metódica, como sucederá con el leer y el escribir, sino en virtud de su inteligencia, don de Dios, bajo el impulso de las necesidades, asociando en la memoria las palabras que oía con los actos que las acompañaban.

17 A la escuela que hoy llamaríamos primaria, donde se enseñaba a leer, escribir y contar. Acudían a ella los niños a partir de los siete años para recibir la instrucción de un maestro, generalmente de muy humilde origen, que se llamaba litterator, primus magister, magister ludi, magister ludi litterarii. Solía ser el aula un destartalado salón y los niños trabajaban sobre sus rodillas sentados en pequeños taburetes. Parece que la enseñanza era bilingüe desde el principio: se aprendía a leer y a escribir las letras latinas y las letras griegas al mismo tiempo. Agustín manifestó particular aversión por el estudio del griego, pero asegura que le fue gravoso en general el estudio de las letras (I, 12, 19).

18 Nunca ha sido el azote buen maestro. Agustín se rebela contra este método de educación y le endereza las más duras invectivas siempre que tiene oportunidad. De estos días escolares de su infancia guarda un recuerdo atroz. En la Ciudad de Dios, XXI, 14,

19 Frecuentes eran en la escuela primaria los castigos. Agustín los teme, pero admite que pertenecen a una práctica común. En todos los antiguos se halla asociado al recuerdo de la escuela el recuerdo de los golpes. Manum ferulae subducere es, en buen latín, una perífrasis elegante para significar "estudiar". La férula no es más que el arma habitual con que el maestro respalda su autoridad, pero en los casos graves recúrrese a un suplicio más refinado, no exento de una adecuada escenografía. Con todo, la sensibilidad antigua, se fue poco a poco conmoviendo y ya a fines del siglo primero de nuestra era sienten duda acerca de la legitimidad y eficacia de estos brutales procedimientos los teorizado-res de la educación y optan por las ventajas de la emulación y de las recompensas y tratan de que ame los estudios el alumno. Pero todavía un hombre tan preclaro como Ausonio escribe a un nieto suyo alentándole a soportar los castigos con el pensamiento de que su padre y su madre deben sus brillantes puestos a esa educación.

20 Al redactar este pasaje tenía presente nuestro autor, además de los recuerdos de su infancia, uno de los lugares comunes de la literatura estoica. De Labriolle nos señaló que hay en esta página una imitación de Séneca, quien asegura no ver ninguna diferencia entre los negocios de los mayores y los juegos de los niños y que tanto unos como otros están para él, igualmente desprovistos de importancia. Para Agustín ambos son igualmente malos. La misma comparación, que sigue en el párrafo siguiente y que empleará repetidas veces, entre los castigos infligidos a los escolares y las parrillas, garfios y demás instrumentos de tortura aplicados a los mártires, le ha sido inspirada por sus lecturas de la literatura estoica.

21 La imposición de las manos, la señal de la cruz y el gustar la sal eran ritos preliminares del bautismo, una especie de "sacramento de los catecúmenos" que se confería a los recién nacidos, para que pudiesen ser tenidos ya por tales. Según la costumbre de la Iglesia africana parece que esos gestos se renovaban en diversas ocasiones.

22 Pressu stomachi es la expresión que utiliza el Santo. Pero los términos pecho y estómago empleábanse como sinónimos en el habla vulgar. Y, como Agustín se refiere en varios pasajes de sus obras a su mal de pecho, hemos preferido traducirlo así.

23 Más adelante, obispo ya de Hipona, había de combatir esta inveterada costumbre de diferir el bautismo; a la que ya se venía oponiendo el sentir general de la Iglesia.

24 La perseverancia y virtuosa vida de Mónica lograron que su esposo Patricio se convirtiera y recibiese el bautismo en su lecho de muerte. De la lectura de este capítulo claramente se desprende que los desvelos de su madre por su formación religiosa en los años de su infancia hubieron de dejar en el espíritu del hijo una huella imborrable. Suponen algunos que, a causa de la disciplina arcani, en virtud de la cual la doctrina cristiana debía ser mantenida en secreto para aquellos que no habían recibido aún el bautismo, Mónica no habría podido ir muy lejos en la enseñanza de la fe. Esto es tomar demasiado en serio la disciplina arcani. Desde sus más tiernos años recibió Agustín, probablemente de su propia madre, algunas nociones religiosas acomodadas a su comprensión infantil. Era ya cristiano de sentimientos el que más tarde lo sería realmente. Entre estos dos períodos de la infancia y de la madurez se extiende un intermedio largo e importante, pero intermedio al

25 El barro —terram— es el hombre natural sin la gracia; la imagen —effigiem— es el hombre rescatado, marcado con el sello de la gracia santificante.

26 La enseñanza secundaria, impartida por los gramáticos, comenzaba a la edad de once o doce años. Estaban estos maestros un poco mejor retribuidos y mejor considerados que los litteratores de la primaria, pero pertenecían todavía a rangos sociales inferiores. La tarea del gramático consistía en enseñar a leer los autores y explicarlos. Este estudio racional de la lengua clásica, abarcaba mucho más de lo que nosotros llamamos hoy gramática y se extendía hasta el estudio de la literatura, al nivel de la capacidad del estudiante.

La lengua estudiada no era el latín vivo del siglo IV, sino la de Cicerón, que era ya una lengua clásica. De ahí la insistencia en las reglas fijas y en la autoridad. Ese entrenamiento en Una ciencia muy precisa, razonada, positiva, ha marcado para siempre a Agustín. Alfaric ha podido afirmar que siguió siendo toda su vida un gramático y Marrou descubre en La Trinidad y en La Ciudad de Dios al gramático de Madaura. Agustín ha manifestado siempre predilección por los ejemplos gramaticales, por las definiciones, por las subdivisiones, pero la práctica de esta disciplina estricta y rigurosa ha dejado también en su espíritu y en su talante mental una huella bien profunda, enseñándole a juzgar en todo según los cánones de la deducción lógica.

La segunda parte de los estudios gramaticales se refería a la literatura. En este campo no aparecía ya la gramática sólo como una ciencia exacta y racional; apelábase menos al rigor y a la lógica que a la emoción y a la imaginación. También este tipo de estudios dejó en Agustín una marca profunda.

Los principales autores estudiados eran, con mucho, Cicerón y Virgilio. Seguíales Terencio y, ya bastante de lejos, Horacio, Lucano, Persio, Ovidio, Catulo, Juvenal, Séneca, Salustio y, seguramente en nuestro caso, también Apuleyo. Fuera de los dos primeros, estos autores no eran estudiados más que en extractos. Para este estudio servía un método en uso desde hacía largo tiempo: el alumno leía en voz alta el pasaje o lo recitaba de memoria, poniendo sumo esmero en el tono y en la puntuación. Como ésta era casi inexistente en los manuscritos, había que recurrir a la ayuda del maestro, quien indicaba cuál había que escoger entre las diversas lecturas posibles, que eran numerosísimas en aquella época en que los libros se copiaban a mano.

Venía después la parte más larga del ejercicio: una explicación literal del contenido del texto, seguida de un comentario literario. La explicación literal abundaba en definiciones etimológicas y el comentario era tan exhaustivo que, con frecuencia, perdíase de vista el sentido general del pasaje y hasta el del capítulo o de la obra entera. El comentario de Servio a la Eneida ofrece un buen ejemplo de los resultados obtenidos, y los tres últimos libros de las Confesiones, en los que se comenta el primer capítulo del Génesis, nos permiten apreciar cómo emplea Agustín un método análogo. La cuarta y última fase de la explicación de un autor consistía en una breve recapitulación de las tres precedentes, que terminaba con un resumido juicio de conjunto.

27 Fórmula de afectado desdén, que volverá a emplear más adelante (III, 4, 7) , refiriéndose a Cicerón.

28 Virgilio, Eneida, VI, 457.

29 No menos que hacia el griego y las letras elementales manifiesta aversión hacia las cifras y el cálculo. Es cierto que el sistema métrico de la antigüedad utilizaba complicadas fracciones duodecimales, cuyos nombres y diferentes combinaciones por adiciones y sustracciones debía aprender el alumno de memoria, no sin penosos esfuerzos.

30 Virgilio, Eneida, II, 727. En este mismo libro están narrados los episodios del caballo de madera y del incendio de Troya.

31 Ha sido ampliamente analizado y ha merecido que se le consagren numerosos estudios el problema de hasta qué punto sabía Agustín el griego. Es opinión común que lo conocía mucho mejor durante los quince últimos años de su vida que en la época de su conversión, puesto que se admite que a partir del 400 se dedicó al estudio de esa lengua, tanto para interpretar críticamente los textos de la Biblia, como para preparar La Ciudad de Dios. Pero aquí nos interesaría conocer con precisión hasta qué grado lo sabría cuando escribió las Confesiones.

Comenzó a estudiarlo en la escuela primaria y él mismo confiesa que no lo entendía y que tropezaba con enormes dificultades en su aprendizaje. Pero hubiéramos deseado que precisara más. ¿Era capaz de leer de corrido un texto griego de mediana dificultad o apenas lograba descifrarlo con ayuda de otros? Parece que esta segunda hipótesis es la más verosímil. Su conocimiento del griego, por lo que se transparenta en sus obras, limítase a simples palabras, a etimologías corrientes, a términos técnicos y, por lo común, cristianos. Y poco más. No sería aventurado concluir que, al menos hasta una edad avanzada, no pudo servirse de un texto griego mas que para confrontarlo con tal o cual pasaje de su traducción latina.

32 Una especie de comentario a este pasaje encontramos en diversos lugares de la obra del Santo. Lignum significa aquí navio por metonimia. Este navio, que nos conduce sobre las aguas del mundo, es para Agustín la Cruz de Cristo. La metáfora del leño de la cruz viene así a reforzar la precedente.

33 Especie de manto, que acabó por hacerse privativo de los gramáticos, como lo era la toga de los abogados y el palio de los filósofos.

34 Más que al polvo, del que todos procedemos, se refiere aquí al polvo de la arena o del estadio, al polvo o arena en que escribían los maestros. Se trata, pues, de un hombre que ejerce la misma profesión.

35 La enseñanza privada era costeada exclusivamente por los particulares (merces). La pública, oficial, lo era, en parte por los alumnos (merces), y en parte por el municipio (salaria).

36 Terencio, Eunuco, III, 5, 585-588.

37 Virgilio, Eneida, I, 38.

38 Ejercicio escolar muy socorrido, recomendado, entre otros, por Quintiliano en sus Instituciones oratorias, X, 5; 2.

39 Combínase aquí el tema escriturístico del Hijo Pródigo (Lc 15) con el tema neoplatónico del alejamiento y del retorno de las almas al Padre, (Plotino, Ennéadas, I, 6, 8). También la "pasión tenebrosa", que se menciona dos veces en este párrafo, es una reminiscencia de Plotino (Enn. 1, 6, 13).

40 Esa equivocación del lenguaje habría consistido en pronunciar hominessin aspirar la h. Recomendábase la aspiración de esa letra en las escuelas y algunas gentes enfatizaban el cumplimiento de esa regla, pero en el latín hablado, en el latín vivo, no solía tomarse en cuenta tal recomendación.

41 Véase la nota 20 de este mismo libro. Séneca en De const. sap. XII, 1, muestra que los negocios de las personas mayores no son más dignos de tomarse en cuenta que los juegos de los niños. Agustín hace ver, a la inversa, que en los juegos de los niños hay tanta culpa como en los delitos de los mayores.

 

Partes de esta serie: Introducción · Libro I · Libro II · Libro III · Libro IV · Libro V · Libro VI · Libro VII · Libro VIII · Libro IX · Libro X · Libro XI · Libro XII · Libro XIII
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