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Documentación: San Agustín: Confesiones
Libro XII
«Meditación sobre la Escritura: Caelum et terram (Gn 1,1)»

Partes de esta serie: Introducción · Libro I · Libro II · Libro III · Libro IV · Libro V · Libro VI · Libro VII · Libro VIII · Libro IX · Libro X · Libro XI · Libro XII · Libro XIII

Libro Duodécimo: Meditación sobre la Escritura: «...CAELUM ET TERRAM» (Gn 1,1)

CONTENIDO
I. Oscuridad de la Escritura
II. Los dos cielos
III. Las tinieblas sobre el abismo
IV. Por qué designar así a la materia informe
V. Cómo concebir la materia informe
VI. Cómo concebía la materia Agustín cuando era maniqueo y cómo la concibe ahora
VII. La creación de la nada
VIII. Dios hizo la materia de la nada y de la materia todas las cosas visibles
IX. El "cielo del cielo" y la materia informe escapan al tiempo 209
X. Plegaria para alcanzar la luz ;
XI. Sólo Dios es eterno. El "cielo del cielo" no es coeterno a Él. La materia informe no está sujeta a tiempo
XII. Hay dos criaturas fuera del tiempo, mas no son coeternas con Dios
XIII. Por qué la Escritura no hace mención de días a este respecto
XIV. Oponentes y detractores de las siempre profundas Escrituras
XV. Lo que no niegan los que se oponen a las Escrituras
XVI. No quiere discutir Agustín sino con los que admiten estas verdades
XVII. Diferentes sentidos posibles de "caelum et terram"
XVIII. Caben en la Escritura sentidos verdaderos fuera de la intención del autor
XIX. Múltiples certezas a propósito de la creación
XX. Diversas interpretaciones posibles de las palabras: "in principio"
XXI. Diversas interpretaciones de las palabras: "tierra invisible" y "abismo"
XXII. No menciona la Escritura todas las criaturas
XXIII. Desacuerdos acerca de la verdad de lo enunciado y de la intención del escritor
XXIV. Prudencia para determinar la intención del escritor
XXV. Por orgullo pretenden algunos que Moisés quiso decir lo que dicen ellos
XXVI. Lo que hubiera hecho Agustín de haber escrito él el Génesis
XXVII. Debe respetarse el antropomorfismo de los sencillos
XXVIII. El sentido espiritual. Diversos sentidos de "in principio"
XXIX. Cuatro clases de prioridad
XXX. Acuerdo en la caridad y en la búsqueda de la Verdad
XXXI. Pluralidad de sentidos en la intención de Moisés
XXXII. Sumisión al Espíritu Santo
Notas al Libro XII

CAPÍTULO I

OSCURIDAD DE LA ESCRITURA

1. Tras muchas cosas anda solícito mi corazón en esta pobreza de mi vida presente, cuando las palabras de tu Escritura Santa llaman a mi puerta. Y si la penuria de la humana inteligencia es, por lo general, abundante en palabras, esto se debe a que la búsqueda habla más que el hallazgo, la demanda es más larga que la obtención y la mano que llama más laboriosa que la que recibe.

Una promesa tenemos: ¿quién la hará fallar? Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Sí, todo el que pide recibe y el que busca halla y al que llama se le abrirá. Estas son promesas tuyas; y ¿quién temerá ser engañado, cuando es la Verdad la que promete?

CAPÍTULO II

LOS DOS CIELOS

2. Lo confiesa a tu excelsitud la humildad de mi lengua: tú eres el que ha hecho el cielo y la tierra, ese cielo que contemplo y esa tierra que piso, de donde proviene la tierra que en mi llevo. Tú lo has hecho.

Pero, ¿dónde está, Señor, el cielo del cielo,1 del cual hemos oído en la voz del salmo? ¿El cielo del cielo para el Señor, pero la tierra la dio a los hijos de los hombres? ¿Dónde está el cielo que no vemos, en cuya comparación es tierra todo lo que vemos?

Porque el todo corporal,2 donde no está todo en todas partes, ha tomado así, hasta en sus partes extremas, un aspecto de hermosura, cuyer base es nuestra tierra; pero en comparación de ese cielo de cielo, incluso el cielo de nuestra tierra es tierra. Y no es absurdo decir que uno y otro de estos grandes cuerpos son tierra, en comparación de ese no sé qué cielo, que es para el Señor, no para los hijos de los hombres.

CAPÍTULO III

LAS TINIEBLAS SOBRE EL ABISMO

3. Pues bien; esta tierra era invisible y sin organizar.3 Era yo no sé qué profundidad de abismo sobre la que no había luz, porque no tenía forma alguna.4 Por eso ordenaste que se escribiera: Las tinieblas estaban sobre el abismo.

¿Qué son las tinieblas más que ausencia de luz? Porque ¿dónde podía estar la luz, de estar, si no estaba encima, sobresaliendo e iluminando? Donde, pues, no había aún luz, ¿qué era la presencia de las tinieblas más que la ausencia de luz? Por consiguiente, sobre el abismo estaban las tinieblas, porque sobre él estaba ausente la luz; así como donde no hay sonido, hay silencio. Y ¿qué es haber silencio, sino no haber allí sonido?

¿No eres tú, Señor, quien ha enseñado a esta alma que te confiesa? ¿No eres tú, Señor, quien me ha enseñado esto: antes de que esa materia informe5 hubiese recibido de ti su forma y sus caracteres distintivos, no había allí cosa alguna, ni color, ni figura, ni cuerpo, ni espíritu? No era, sin embargo, la nada absoluta; era una especie de cosa informe sin apariencia alguna.

CAPÍTULO IV

POR QUÉ DESIGNAR ASÍ A LA MATERIA INFORME

4. ¿Con qué término, pues, se la había de designar para dar incluso a los espíritus más tardos una vaga idea, sino con algún término usado corrientemente? Y ¿qué se puede encontrar en todas las partes del universo, más parecido a una absoluta informidad, que la tierra y el abismo? Tienen, efectivamente, una apariencia menos hermosa, conforme a su ínfimo rango, que los demás seres que están encima, resplandecientes y luminosos todos. ¿Por qué, pues, no voy a admitir que la informidad de la materia, que habías creado sin apariencia, para crear de ella un mundo de hermosa apariencia, fuese cómodamente significada a los hombres con las palabras: tierra invisible e inorganizada?

CAPÍTULO V

CÓMO CONCEBIR LA MATERIA INFORME

5. De modo que, cuando la reflexión busca en esta materia qué es lo que percibe el sentido, y se dice a sí misma: "No es una forma inteligible como la vida, como la justicia, puesto que es materia de los cuerpos; ni una forma sensible, puesto que no hay nada que ver ni que percibir por los sentidos en lo invisible e inorganizado; cuando eso se dice la reflexión humana, su esfuerzo llega, o bien a conocerla ignorándola, o bien a ignorarla conociéndola. 6

CAPÍTULO VI

CÓMO CONCEBÍA LA MATERIA AGUSTÍN CUANDO ERA MANIQUEO Y CÓMO LA CONCIBE AHORA

6. Por lo que a mí toca, Señor —si he de confesarte con mi boca y con mi pluma todo lo que sobre esta materia me has enseñado— oía antes su nombre sin entenderlo, porque quienes me hablaban de ella tampoco la entendían. 7

Concebíala bajo aspectos innumerables y diversos y, por eso mismo, no la concebía. En un desorden extremo revolvía mi espíritu formas feas y horrorosas, mas formas, al fin y al cabo; y llamaba informe, no a lo que carecía de forma, sino a lo que la tenía tal, que, si se mostrase, su aspecto insólito e incongruente repugnaría a mis sentidos y aturdiría la debilidad del hombre. Mas lo que así concebía era informe, no por privación de cualquier forma, sino por comparación con formas más hermosas.

La recta razón me aconsejaba suprimir cualquier rastro de toda forma, si quería concebir lo absolutamente informe, y no podía. Porque me resultaba más fácil pensar que una cosa no existía, si estaba carente de toda forma, que concebir algo que estuviese entre la forma y la nada, ni forma ni nada, una cosa informe cercana a la nada.

Y cesó desde entonces mi mente de interrogar a mi espíritu, lleno de imágenes de cuerpos revestidos de forma, que a su capricho cambiaba y variaba. Y fijé mi atención en los cuerpos mismos, y observé más profundamente su mutabilidad, que les hace dejar de ser lo que habían sido y comenzar a ser lo que no eran. Suponía que ese mismo paso de forma a forma se efctúa mediante alguna cosa informe, no mediante la pura nada.

Pero yo deseaba saber, no suponer. Y si mi voz y mi pluma deben confesarte todo lo que sobre esta cuestión me has aclarado, ¿qué lector perseverará siguiéndome? Mas no por eso cesará mi corazón de tributarte honor y un cántico de alabanza por todo lo que no llego a consignar.

En efecto, la misma mutabilidad de las cosas mudables es capaz de todas las formas en que se mudan las cosas mudables. Pero ella ¿qué es? ¿Es un espíritu? ¿Es un cuerpo? ¿Es una apariencia de espíritu o de cuerpo? Si se le pudiera decir "una nada que es algo" y "un ser que es un no-ser", eso' es lo que yo diría de ella. Y, con todo, ya era de algún modo, para que pudiera tomar esas apariencias visibles y organizadas.

CAPÍTULO VII

LA CREACIÓN DE LA NADA

7. Y ¿de dónde era de algún modo, si no era de ti, de quien son todas las cosas, en toda la medida en que son? Pero tanto más alejadas están de ti, cuanto más desemejantes a ti; porque no se trata de lugar.

De manera que tú, Señor, que no eres unas veces de un modo y otras de otro, sino el ser mismo, sí, el ser mismo, santo, santo, santo, Señor Dios todopoderoso, en el principio que procede de ti, en tu sabiduría que nació de tu sustancia, has hecho algo, y de la nada.

Porque has hecho el cielo y la tierra, sin hacerlos de ti, ya que entonces habría algo igual a tu Hijo único, y, por tanto, también a ti; y de ninguna manera sería justo que hubiese algo igual a ti, que no hubiese salido de ti. Y, fuera de ti, no había otra cosa de donde hubieras podido hacerlos, oh Dios, Trinidad una y Unidad trina.

Por eso has hecho de la nada el cielo y la tierra, una cosa grande y una cosa pequeña, porque eres todopoderoso y bueno para hacer todas las cosas buenas, el gran cielo y la pequeña tierra. Tú eras; y el resto era la nada, de donde has hecho el cielo y la tierra, dos clases de seres; uno cercano a ti, otro cercano a la nada; uno sobre el cual estabas tú,, otro bajo el cual estaba la nada.

CAPÍTULO VIII

DIOS HIZO LA MATERIA DE LA NADA Y DE LA MATERIA TODAS LAS COSAS VISIBLES

8. Mas aquel cielo del cielo es para ti, Señor. En cuanto a la tierra, que diste a los hijos de los hombres, para que la viesen y tocasen, no era tal como ahora la vemos y tocamos. Era invisible e inorganizada; era un abismo sobre el que no había luz. O, mejor: las tinieblas estaban sobre el abismo, es decir, más que en el abismo. Porque el abismo actual de las aguas visibles tiene, hasta en sus profundidades, su especie de luz, perceptible de algún modo a los peces y a los seres vivientes que se arrastran en el fondo. Todo el conjunto de entonces, en cambio, era casi la nada, ya que todavía estaba absolutamente informe; empero, era ya capaz de recibir una forma.

Pues tú, Señor, hiciste el mundo de una materia informe, que hiciste de la nada poco menos que nada, para de ella hacer las grandes cosas que admiramos los hijos de los hombres.

Sobremanera admirable es, por cierto, este cielo corpóreo, este firmamento que creaste entre el agua y el agua, el segundo día, después de la creación de la luz, diciendo: Hágase, y así se hizo. A ese firmamento lo llamaste cielo, pero es el cielo de esta tierra y de este mar que hiciste el tercer día, dando una apariencia visible a la materia informe que hiciste antes de que hubiese día. En realidad, habías hecho también un cielo antes de que hubiese día, pero era el cielo de ese cielo, porque en el principio habías hecho el cielo y la tierra.

En cuanto a la tierra misma que habías hecho, era materia informe, porque era invisible e inorganizada y las tinieblas estaban sobre el abismo. De esa tierra invisible e inorganizada, de esa informidad, de esa casi nada, debías hacer todas estas cosas en que consiste, sin ser consistente, este mundo mudable. En él aparece la mutabilidad misma que permite a los tiempos dejarse percibir y contar, porque las mundanzas de las cosas constituyen los tiempos, mientras van variando y sucedién-dose las apariencias, que tienen por materia la tierra invisible precitada.

CAPÍTULO IX

EL "CIELO DEL CIELO" Y LA MATERIA INFORME ESCAPAN AL TIEMPO

9. Por eso el Espíritu, que enseña a tu servidor, cuando recuerda que hiciste en el principio el cielo y la tierra, no dice nada de tiempo, no habla de días. Es que, sin duda, el cielo del cielo, que hiciste en el principio, es alguna criatura intelectual que, sin ser en modo alguno coeterna contigo, oh Trinidad, participa, no obstante, de tu eternidad, supera con mucho su mutabilidad por la dulzura de tu bienaventurada contemplación y, adhiriéndose íntimamente a ti, sin ningún desfallecimiento, desde que fue hecha, escapa al giro de todas las sucesiones de los tiempos.

Pero esta informidad, la tierra invisible e inorganizada, tampoco ha sido contada en días. Es que donde no hay apariencia ninguna, ningún orden, nada viene y nada pasa; y donde no se produce ese movimiento no hay, por supuesto, ni días, ni sucesiones de espacios de tiempo.

CAPÍTULO X

PLEGARIA PARA ALCANZAR LA LUZ

10. ¡Oh Verdad, Luz de mi corazón; no me hablen mis tinieblas! Me deslicé hacia las cosas de acá abajo 8 y me quedé a oscuras; pero desde allí, aún desde allí, te amé profundamente. Anduve errante y me acordé de ti. Oí tu voz detrás de mí diciéndome que volviese, y apenas pude escucharla por el tumulto de gentes desasosegadas. 9

Y ahora, he aquí que vuelvo, abrasado y anhelante, hasta tu fuente. Nadie me lo impida; de ella beberé y de ella viviré. No sea yo mi propia vida. Mal he vivido de mí; fui muerte para mí: en ti vuelvo a vivir. Háblame tú; conversa tú conmigo. En tus libros deposité mi fe y son misterios profundos sus palabras.

CAPÍTULO XI

SÓLO DIOS ES ETERNO. EL "CIELO DEL CIELO" NO ES COETERNO A ÉL. LA MATERIA INFORME NO ESTÁ SUJETA A TIEMPO

11. Ya me has dicho, Señor, con voz potente al oído interior que eres eterno, el único que posee la inmortalidad, puesto que no cambias bajo ningún aspecto ni movimiento, ni varía según los tiempos tu voluntad; ya que no es inmortal la voluntad que ora quiere esto, ora aquello. Esta verdad, en tu presencia, es clara para mí. Hágase más y más clara, te ruego, y que en esta revelación permanezca yo prudentemente bajo tus alas.

También me has dicho, Señor, con voz potente al oído interior, que todas las naturalezas y sustancias, que no son lo que eres tú y que, no obstante, son, eres tú quien las ha hecho; y que únicamente no procede de ti lo que no es; así como el movimiento de una voluntad que se aparta de ti, que "eres", hacia lo que "es" menos, ya que un tal movimiento es falta y pecado; y que ningún pecado te daña ni perturba el orden de tu imperio, ni en lo sumo ni en lo ínfimo. Esta verdad, en tu presencia, es clara para mí. Hágase más y más clara, te ruego, y que en esta revelación permanezca yo prudentemente bajo tus alas.

12. También me has dicho con voz potente al oído interior, que no es coetema contigo, ni siquiera aquella criatura, cuya delicia eres tú solo; que en ti se abreva en la más constante castidad y no esparce, en ningún lugar ni tiempo, su mutabilidad; que, gozando de tu perpetua presencia, aferrada a ti con todo su afecto, no teniendo futuro que esperar, ni que transmitir al pasado nada que recordar, no sufre ninguna vicisitud de variación ni distensión alguna en el tiempo.

¡Oh bienaventuranza la de esta criatura, si es que hay alguna, estar adherida a tu bienaventuranza! Bienaventurada ella, por ser tú' quien eternamente la habitas e iluminas. No encuentro a qué cosa habría que llamar con más gusto, a mi juicio, cielo del cielo del Señor, que a esa criatura en que tú moras, que contempla tus delicias sin que desfallecimiento alguno la haga salir hacia otra cosa. Inteligencia pura, que está en un acuerdo perfecto gracias a la estabilidad de la paz de los santos espíritus, ciudadanos de tu ciudad, en los cielos que están sobre nuestros cielos.

13. Entienda por aquí el alma, cuya peregrinación se ha prolongado, si tiene ya sed de ti, si ya sus lágrimas han llegado a ser su pan, en tanto se le dice cada día: ¿Dónde está tu Dios?; si ya te pide una sola cosa y la busca: habitar en tu casa todos los días de su vida —y ¿qué es su vida sino tú?, y ¿qué son sus días sino tu eternidad, como lo son tus años que no fenecen, porque tú mismo eres el mismo?— Entienda, pues, por aquí el alma, la que pueda, cuán por encima de todos los tiempos eres eterno, cuando esta criatura en que tu moras, que no ha peregrinado, no obstante no ser coeterna contigo, no padece, sin embargo, ya que está adherida a ti sin cesar y sin desmayo, ninguna de las vicisitudes del tiempo.

Esta verdad, en tu presencia, es clara para mí. Hágase más y más clara, te ruego, y que en esta revelación permanezca yo prudentemente bajo tus alas.

14. He aquí no sé qué de informe en esas mudanzas de las cosas últimas e ínfimas. ¿Quién me dirá, —fuera de alguno que ande extraviado y dando vueltas a través de las vanidades de su corazón con sus imaginaciones—, quién, fuera de ese tal, me dirá que, una vez destruida y consumida toda apariencia, si permaneciera sola la informidad para permitir el cambio y el paso de apariencia en apariencia, podría presentar ella las sucesiones de los tiempos? Es de todo punto imposible, puesto que, sin variedad de movimientos, no hay tiempos; y no hay variedad alguna donde no hay ninguna apariencia.

CAPÍTULO XII

HAY DOS CRIATURAS FUERA DEL TIEMPO, MAS NO SON COETERNAS CON DIOS

15. Consideradas estas cosas, en la medida en que tú lo concedes, Dios mío, en la medida en que me incitas a llamar, en la medida en que me abres cuando llamo, encuentro que has hecho dos cosas desprovistas de tiempo, si bien es cierto que ni una ni otra son coeternas contigo.

La una, de tal manera formada, que sin ningún desmayo de contemplación, sin ninguna interrupción proveniente de un cambio y, aunque mudable, sin padecer, no obstante, mutación, goza de tu eternidad y de tu inmutabilidad.

La otra, de tal manera informe, que no tenía modo de pasar de una forma cualquiera a otra, fuese en el movimiento, fuese en el reposo, cosa que la hubiera sometido al tiempo. Pero a ésa no la has dejado en su estado de informidad, porque, antes de hacer cualquier día, hiciste en el principio el cielo y la tierra, esas dos cosas de que vengo hablando.

Mas la tierra era invisible e inorganizada, y las tinieblas estaban sobre el abismo. Con estas palabras se insinúa la idea de informidad, para que vayan siendo gradualmente preparados los que no pueden concebir una privación de apariencia, que sea total, sin llegar, sin embargo, hasta la nada. De ella se harían el segundo cielo, la tierra visible y organizada, la hermosa apariencia del agua, y todo cuanto se ha hecho después de la formación de este mundo, y está referido, pero con mención de los días, porque esas cosas son tales, que en ellas se operan las vicisitudes de los tiempos, a causa de los cambios regulares de los movimientos y de las formas.

CAPÍTULO XIII

POR QUÉ LA ESCRITURA NO HACE MENCIÓN DE DÍAS A ESTE RESPECTO

16. Esto es lo que por el momento comprendo, Dios mío, cuando oigo decir a tu Escritura: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; mas la tierra era invisible e inorganizada y las tinieblas estaban sobre el abismo, sin que indique la Escritura en qué día lo hiciste.

Esto es lo que comprendo por el momento, considerando ese cielo de cielo, cielo intelectual, donde se concede a la inteligencia el conocer simultáneamente, no parcialmente, no en enigma, no en un espejo, sino del todo, con toda evidencia, cara a cara, no ahora esto, ahora aquello, sino, como se ha dicho, conocer simultáneamente, sin ninguna sucesión de tiempos. Considerando, asimismo, la tierra invisible e inorganizada, sin sucesión alguna de tiempos, que comporta, por lo general, ahora esto, ahora aquello, porque donde no hay apariencia alguna, en ninguna parte hay esto ni aquello.

Considerando estas dos cosas, la una formada originalmente, la otra enteramente informe; aquélla, cielo, pero cielo de cielo, ésta, tierra, pero tierra invisible e inorganizada; considerando, pues, estas dos cosas, comprendo por el momento que tu Escritura diga sin mención de días: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. Por lo demás, inmediatamente añade de qué tierra se trata. Y, al relatar que el segundo día fue hecho el firmamento y que fue llamado cielo, da a entender de qué cielo habló con anterioridad sin mencionar días.

CAPÍTULO XIV

OPONENTES Y DETRACTORES DE LAS SIEMPRE PROFUNDAS ESCRITURAS

17. ¡Admirable profundidad la de tus oráculos, cuya superficie se ofrece ante nosotros acariciando a los pequeñuelos! Pero ¡admirable profundidad, Dios mío, admirable profundidad!

Terror se siente al fijar la vista en ella; terror de respeto y temblor de amor. Con vehemencia aborrezco a sus enemigos. ¡Oh si les dieses muerte con tu espada de dos filos y no fuesen ya sus enemigos! Así es como quiero que mueran para sí, a fin de que vivan para ti.

Pero he aquí otros que no vituperan, sino que alaban al libro del Génesis.10 "No es eso, dicen, lo que ha querido dar a entender con esas palabras el Espíritu de Dios, que, por Moisés, su siervo, escribió este libro. No, lo que ha querido dar a entender no es lo que tú dices, sino otra cosa, lo que decimos nosotros". A los cuales yo, tomándote por árbitro, Dios de todos nosotros, respondo de esta manera.

CAPÍTULO XV

LO QUE NO NIEGAN LOS QUE SE OPONEN A LAS ESCRITURAS

18. ¿Vais a decir que es falso lo que la Verdad me dice con voz potente al oído interior sobre la verdadera eternidad del Creador: que de ninguna manera varía su sustancia a través de los tiempos y que no es externa su voluntad a su sustancia?

De ahí que no quiera el Creador ahora esto, ahora aquello, sino que quiere de una vez por todas y simultáneamente y siempre todo lo que quiere; no quiere una y otra vez, ni ahora esto y luego aquello, ni quiere después lo que antes no quería, o no quiere ahora lo que quería anteriormente, ya. que semejante voluntad es mudable y nada de lo mudable es eterno. Maa nuestro Dios es eterno.

Lo mismo lo o ?e me dice al oído interior la Verdad: la espera de las cosas venideras tórnase contemplación una vez que llegan, y esa contemplación se vuelve recuerdo una vez que han pasado. Mas es mudable toda atención que así varía y nada de lo mudable es eterno. Mas nuestro Dios es eterno.

Recojo estas verdades y las uno y descubro que mi Dios, Dios eterno, no ha creado el mundo por un acto de una nueva voluntad, y que nada de transitorio tiene que sufrir su ciencia.

19. ¿Qué diréis, pues, contradictores? ¿Qué son falsas estas cosas? No, responden. Entonces ¿qué? Es falso, tal vez, que toda naturaleza provista de forma, o toda materia susceptible de forma, no tienen su ser más que de aquél que es sumamente bueno, porque sumamente es? Tampoco negamos eso, dicen.

¿Qué, pues? Vais a negar que existe una criatura sublime, unida al Dios verdadero y verdaderamente eterno con un amor tan casto, que, sin ser coetema con Él, jamás, con todo, se separa de Él para deslizarse en las mudanzas y vicisitudes del tiempo, sino que reposa en la más auténtica contemplación de Él solo? Porque tú, oh Dios, cuando te ama como tú le ordenas, te muestras a ella y le bastas, y por eso no se desvía de ti, ni siquiera hacia sí misma.

Ésta es la casa de Dios, que no es terrena ni corpórea, sacada de alguna masa celeste, sino espiritual y participante de tu eternidad, porque está sin mancha por toda la eternidad. Establecístela, en efecto, por los siglos de los siglos; pusístele una ley y no la pasará. Y, sin embargo, no es coeterna contigo, porque no es sin comienzo, pues ha sido hecha.

20. No encontramos tiempo antes de esa criatura, pues que, de todas las cosas, la primera que fue creada es la sabiduría.

Y no se trata aquí, entiéndase bien, de la sabiduría que es contigo, su Padre, Dios nuestro, plenamente coeterna e igual, por la que han sido creadas todas las cosas y que es ese principio en el cual hiciste el cielo y la tierra; sino que se trata, por cierto, de la sabiduría que ha sido creada, es decir, de esa naturaleza intelectual, que, por la contemplación de la luz, es luz, ya que también ella, aunque creada, se llama sabiduría. Sino que, cuanta diferencia hay entre la luz que ilumina y la que es iluminada, tanta hay entre la sabiduría que crea y la que es creada, como entre la justicia justificante y la justicia producida por la justificación; pues que también nosotros hemos sido llamados tu justicia, ya que dice uno de tus siervos: a fin de que nosotros seamos justicia de Dios en Él.

Primero, pues, que en todas las cosas fue creada una cierta sabiduría, que ha sido creada, espíritu racional e intelectual de tu casta ciudad, nuestra madre, que es de arriba y es libre y eterna en los cielos. ¿En qué cielos sino en los que te alaban, los cielos de los cielos, por que esto es también el cielo del cielo del Señor?

Sin duda no encontramos tiempo antes de ella, ya que precede incluso a la creación del tiempo, y fue creada la primera de todas las cosas. Sin embargo, antes de ella existe la eternidad del Creador mismo, por quien ella ha sido hecha, teniendo así un origen, no según el tiempo, por cierto, puesto que no había tiempo todavía, sino según la condición que le es propia.

21. Por ende, de tal manera procede de ti, Dios nuestro, que es un ser totalmente distinto de ti y no el ser mismo, si bién no sólo antes de ella pero ni siquiera en ella encontramos tiempo, porque es capaz de contemplar siempre tu rostro sin apartarse de él jamás, lo cual hace que no varíe con mundanza alguna. Hay en ella, sin embargo, la mutabilidad misma, por lo que podría entenebrecerse y enfriarse, si por el gran amor que la hace adherirse a ti, no brillase y ardiese de ti como un perpetuo mediodía.

¡Oh luminosa y hermosa casa! He amado tu hermosura y el lugar en donde habita la gloria de mi Señor, tu hacedor y posesor. A ti suspire mi peregrinación. Y a Aquél que te hizo digo que me posea también a mí en ti, porque Él me hizo a mi también. He errado, como una oveja perdida, pero sobre los hombros de mi pastor, tu constructor, espero ser conducido a ti.

22. ¿Qué me replicáis vosotros, contradictores, a quienes me estaba dirigiendo, que creéis, no obstante, que Moisés es un piadoso servidor de Dios y que sus libros son los oráculos del Espíritu Santo?

¿No es esa la casa de Dios —no coetema con Dios, por supuesto, pero sí, a su modo, eterna en los cielos—, en donde en vano buscáis las vicisitudes del tiempo, porque no las encontráis? Sobrepasa, en efecto, toda distensión y todo espacio de tiempo fugaz, ella, para quien siempre es un bien estar adherida a Dios. "Lo es", responden ellos.

¿Cuál es, entonces, de las cosas .pie a mi Dios clamó mi corazón, cuando oía interiormente la voz de su alabanza, cuál es, de una vez, la que pretendéis que es falsa? ¿Acaso la existencia de una materia informe, donde, por la ausencia de toda forma no había ningún orden? Mas donde no había ningún orden no podía haber ninguna vicisitud de tiempo. Y, sin embargo, ese ‘‘casi nada", en la medida en que no era absolutamente nada, era ciertamente de aquél de quien es todo cuanto es, cuanto de alguna manera es algo. "Tampoco eso, dicen, lo negamos".

CAPÍTULO XVI

NO QUIERE DISCUTIR AGUSTÍN SINO CON LOS QUE ADMITEN ESTAS VERDADES

23. Quiero conversar un poco delante de ti, Dios mío, con quienes admiten que todo lo que interiormente consiente en decir a mi espíritu tu Verdad es verdadero. Por lo que respecta a quienes lo niegan, ladren cuanto quieran y ensordézcanse a sí mismos. Intentaré persuadirles que se calmen y preparen el camino de su corazón a tu palabra. Y si se niegan y me rechazan, conjúrete, Dios mío, a que no calles lejos de mí.

Habla tú en mi corazón con toda verdad, porque sólo tú hablas así. Quiero dejarlos a ellos fuera soplando en el polvo y levantando tierra hasta sus propios ojos, y entrar en mi recámara y cantarte canciones de amor, gimendo con gemidos inenarrables en mi peregrinación, acordándome de ferusalén, tendiendo hacia ella el corazón levantado, de Jerusalén, mi patria, de Jerusalén, mi madre, y de ti, que eres para ella rey, iluminador, padre, tutor, esposo, castas y fuertes delicias y alegría inquebrantable, y todos los bienes inefables, todos a la vez, porque eres el único sumo y verdadero bien.

Y no quiero apartarme, hasta que, en la paz de esta madre queridísima, donde se encuentran las primicias de mi espíritu,11 de donde me vienen estas certidumbres, recojas todo cuanto soy de la dispersión y deformidad en que permanezco, y lo conformes y confirmes para siempre, Dios mío, misericordia mía.

En cuanto a los que, lejos de declarar falsas todas estas cosas que son verdaderas, honran y ponen con nosotros en la cúspide de las autoridades que es menester seguir, aquella tu santa Escritura, promulgada por el santo varón Moisés, pero que, no obstante, formulan contra nosotros algunas objeciones, he aquí cómo les hablo. Tú, oh Dios nuestro, sé el árbitro entre mis confesiones y sus objeciones.

CAPÍTULO XVII

DIFERENTES SENTIDOS POSIBLES DE "CAELUM ET TERRAM "

24. Pues dicen: "Aunque eso sea verdad, no son, sin embargo, esas dos cosas las que tenía a la vista Moisés, cuando, por revelación del Espíritu, decía: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. No; con la palabra ‘cielo’ no quiso significar esa criatura espiritual o intelectual que está contemplando siempre la faz de Dios, ni con la palabra ‘tierra’, la materia informe".

Entonces, ¿qué? "Lo que nosotros decimos, afirman ellos, eso es lo que pensó aquel gran hombre, eso es lo que expresó con tales palabras." Y ¿qué es eso? "Con las palabras ‘cielo’ y ‘tierra’, prosiguen, quiso designar, primero en bloque y en resumen, este mundo visible todo entero, para después detallar, con la enumeración de los días, como artículo por artículo, el conjunto que al Espíritu Santo plugo enunciar así. Tales eran, realmente, los hombres que formaban aquel pueblo grosero y camal, a quien se dirigía, y estimaba que no debía presentarles otras obras de Dios, que las que son visibles."

Pero están de acuerdo en que, por la tierra invisible e inorganizada y por el abismo tenebroso, a partir del cuail —a continuación se muestra— ha sido hecho y organizado en el curso de aquellos días ese conjunto visible que todo el mundo conoce, no hay ningún inconveniente en entender esa materia informe.

25. Y ¿qué? ¿No podría decir otro que la idea de esa misma materia informe y confusa ha sido sugerida primero por las palabras de cielo y de tierra, porque de ella ha sido fundado y perfeccionado este mundo visible, con todas las naturalezas que en él manifiestamente aparecen, mundo que suele ser designado con frecuencia con las palabras de cielo y de tierra?

¿Qué? ¿No podría decir también otro que "cielo y tierra" es, sin duda, una apelación que no cuadra del todo mal a la naturaleza invisible y visible y que, por tanto, todo el conjunto de la creación hecha por Dios en la sabiduría, es decir, en el principio, está comprendido en estos dos términos? Y que, sin embargo, no es de la sustancia misma de Dios, sino de la nada, de donde han sido hechas todas las cosas, porque no son el ser mismo, como Dios, y hay en todas ellas una cierta mutabilidad, ya sean permanentes, como la eterna casa de Dios, ya cambiantes, como el alma y el cuerpo del hombre. Y que por eso la materia común de todas las cosas invisibles y visibles, materia todavía informe pero, con toda seguridad, susceptible de forma, de la que serían hechos el cielo y la tierra, es decir, la criatura invisible y la criatura visible, una y otra provistas ya de forma, esa materia ha sido designada y llamada con las palabras: tierra invisible e inorganizada y tinieblas sobre el abismo, con la condición de distinguir esas expresiones y de entender por tierra invisible e inorganizada la materia corporal antes de toda cualidad de forma, y, por tinieblas sobre el abismo, la materia espiritual antes de la delimitación de su, en alguna manera, fluida ilimitación, y antes de su iluminación por la sabiduría.

26. Aún cabe otra interpretación, si algún otro la prefiere, a saber: no son las naturalezas invisibles y visibles, ya perfectas y provistas de forma, las que son designadas con las palabras de "cielo" y de "tierra", cuando se lee: En el principio hizo Dios el' cielo y la tierra, sino que es el comienzo mismo de las cosas, todavía informe, el que, en cuanto materia susceptible de forma y de creación, es con esos nombres designado; porque en esa materia existían ya, en estado de confusión, no distintas todavía por cualidades y formas, esas cosas que ahora, distribuidas ya según sus órdenes, se llaman cielo y tierra, aquél, criatura espiritual, ésta, corporal.

CAPÍTULO XVIII

CABEN EN LA ESCRITURA SENTIDOS VERDADEROS FUERA DE LA INTENCIÓN DEL AUTOR

27. Escucho y considero todas estas interpretaciones, pero no quiero discutir sobre palabras, porque no sirve esto para nada más que para la ruina de quienes escuchan.

Por el contrario, es buena la ley para edificación cuando alguno la usa legítimamente, ya que su fin es la caridad que nace de un corazón puro y de una buena conciencia y de una fe no fingida. Bien sabe nuestro Maestro de qué dos preceptos ha hecho depender toda la ley y los profetas.

Puesto que lo confieso con ardor, oh Dios mío, luz de mis ojos en la oscuridad, ¿en qué me sirve de óbice que se puedan entender estas palabras en sentidos diferentes, si son, como quiera que sea, verdaderos? ¿En qué, repito, me sirve de óbice, que yo entienda de diferente modo que lo ha entendido otro, lo que entendía expresar el que escribió?

Seguramente que todos los que leemos nos esforzamos por indagar y comprender lo que quiso decir el autor que leemos; y, como creemos que dice verdad, no osamos pensar que haya dicho nada que nosotros sabemos o juzgamos falso.

Desde el momento, pues, que cada cual se esfuerza por entender en las Santas Escrituras lo que en ellas entendió el que las ha escrito, ¿qué de malo hay en que se las entienda en un sentido que tú, luz de todos los espíritus verídicos, muestras. ser verdadero, aunque no lo hubiera entendido en ese sentido aquél que es leído, si también él entendió algo verdadero, aunque no esto?

CAPÍTULO XIX

MÚLTIPLES CERTEZAS A PROPÓSITO DE LA CREACIÓN

28. Porque es verdad, Señor, que has hecho el cielo y la tierra. Es verdad que el principio es tu sabiduría, en la que has hecho todas las cosas.

Es verdad, asimismo, que este mundo visible comprende dos grandes partes, el cielo y la tierra, en un conjunto que resume todas las naturalezas hechas y creadas.

Es verdad también que todo ser mudable sugiere a nuestro conocimiento una cierta informidad, que le permite tomar forma o cambiar y modificarse.

Es verdad que jamás alcanza el tiempo al ser que de tal manera está adherido a la forma inmutable, que no sufre, por mudable que sea, mutación alguna.

Es verdad que la informidad, que es casi nada, no puede experimentar las vicisitudes del tiempo.

Es verdad que aquello de que se hace una cosa puede, según cierta manera de hablar, tomar ya el nombre de esa cosa que de ella se hace: así, puede llamarse "cielo y tierra", cualquier informidad de donde se hicieron el cielo y la tierra.

Es verdad que de todas las cosas provistas de forma, ninguna está más próxima a lo informe que la tierra y el abismo.

Es verdad que, no sólo lo creado y provisto de forma, sino aun lo que es susceptible de creación y de forma, lo has hecho tú, de quien proceden todas las cosas.

Es verdad que todo lo que, viniendo de lo informe, toma forma, primero 12 es informe, después formado.

CAPÍTULO XX

DIVERSAS INTERPRETACIONES POSIBLES DE LAS PALABRAS: "IN PRINCIPIO"

29. De todas estas verdades, de las que no dudan aquellos a quienes has concedido verlas con su ojo interior, y aquellos que inconmoviblemente creen que Moisés, tu siervo, habló en el Espíritu de verdad; de todas estas verdades toma una para sí el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra, esto es, en su Verbo, ::oetemo con Él, hizo Dios la criatura inteligente y la criatura sensible, o espiritual y corporal.

Otra toma el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra, es decir, en su Verbo, coetemo con Él, hizo Dios todo el conjunto de la mole de este mundo corporal, con todas las naturalezas manifiestas y bien conocidas que contiene.

Otra el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra, es decir, en su Verbo, coeterno con Él, hizo Dios la materia informe de la criatura espiritual y corporal.

Otra, el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra, es decir, en su Verbo, coeterno con Él, hizo Dios la materia informe de la criatura corporal, donde estaban todavía confundidos el cielo y la tierra, que ahora vemos ya distintos y provistos de formas en la masa de este mundo.

Otra, el que dice: En el principio hizo Dios el cíelo y la tierra, es decir en eJ comienzo mismo de su acción y de su obra hizo Dios la materia informe conteniendo confusamente el cielo y la tierra, los cuales, habiendo tomado forma en ella, están ahora puestos de relieve y aparecen con todo lo que encierran.

CAPÍTULO XXI

DIVERSAS INTERPRETACIONES DE LAS PALABRAS: "TIERRA INVISIBLE" Y "ABISMO"

30. Lo mismo por lo que se refiere a la inteligencia de las palabras siguientes.

De todas las interpretaciones que son verdaderas, toma una para sí el que dice: Mas la tierra era invisible inorganizada y las tinieblas estaban sobre el abismo, esto es, esa cosa corpórea que hizo Dios, era la materia de los seres corpóreos, informe todavía, sin orden, sin luz.

Otra, el que dice: Mas la tierra era invisible e inorganizada y las tinieblas estaban sobre el abismo, esto es, todo ese conjunto que fue llamado "cielo y tierra", era la materia todavía informe y tenebrosa, de la cual serían hechos el cielo corpóreo y la tierra corpórea, con todo lo que hay en ellos de asequible al conocimiento de los sentidos corporales.

Otra, el que dice: Mas la tierra era invisible e inorganizada y las tinieblas estaban sobre el abismo, es decir, todo ese conjunto que fue llamado "cielo y tierra", era la materia todavía informe y tenebrosa, de la que serían hechos el cielo inteligible —llamado en otro lugar el cielo del cielo—, y la tierra, a saber, toda la naturaleza corpórea, comprendiendo igualmente bajo ese nombre, nuestro cielo corpóreo, esto es, la materia de que sería hecha toda la criatura invisible y visible.

Otra, el que dice: Mas la tierra era invisible e inorganizada y las tinieblas estaban sobre el abismo; no ha sido esa informidad lo que ha designado la Escritura con el nombre de "cielo y tierra", sino que ya existía la informidad misma, y es a la que ha llamado "tierra invisible e inorganizada y tenebroso abismo" la Escritura. De ella había dicho con anterioridad que hizo Dios el cielo y la tierra, a saber, la criatura espiritual y la corporal.

Otra, el que dice: Mas la tierra era invisible e inorganizada y las tinieblas estaban sobre el abismo, esto es, había ya una cierta informidad, materia de la que hizo Dios —la Escritura lo dijo anteriormente— el cielo y la tierra, a saber, toda la masa corpórea del mundo, distribuida en dos porciones grandísimas, la de arriba y la de abajo, con todo lo que ambas contienen de criaturas familiarmente conocidas.

CAPÍTULO XXII

NO MENCIONA LA ESCRITURA TODAS LAS CRIATURAS

31. A estas dos últimas opiniones podría tratar de oponerse alguno, alegando: Si no queréis que esa informidad de materia aparezca designada con el nombre de "cielo y tierra", es que había alguna cosa, que no había hecho Dios, de donde pudiera hacer el cielo y la tierra; porque no ha contado la Escritura que haya hecho Dios esa materia, a menos que entendamos que ha sido designada por la expresión "el cielo y la tierra", o sólo "la tierra", cuando se decía: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. De suerte que lo que sigue: Mas la tierra era invisible e inorganizada, aunque fuese la materia informe la que hubiese querido designar así la Escritura, no podemos nosotros, sin embargo, entenderlo más que de esa materia que Dios hizo, según lo que está escrito: hizo el cielo y la tierra.

Los defensores de las opiniones que expusimos en último lugar, o los de una u otra, responderán al oír esta objeción, y dirán: No negamos, ciertamente, que haya sido hecha por Dios esta materia informe; por Dios, de quien procede todo lo que es bueno sobremanera. Porque, lo mismo que decimos que el ser creado y provisto de forma es bueno en mayor grado, así reconocemos que es menos bueno lo que ha sido hecho susceptible de creación y de forma, aunque sea bueno. Y si no ha mencionado la Escritura que haya hecho Dios esta informidad, es como muchas otras cosas que no ha mencionado, por ejemplo, los Querubines y los Serafines y los que el Apóstol enumera distintamente, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades, y, no obstante, es manifiesto que a todos esos seres los hizo Dios.

Por lo demás, si en esto que se ha dicho: hizo el cielo y la tierra, están comprendidos todos los seres, ¿qué decimos de las aguas sobre las que era llevado el Espíritu de Dios? Porque si las comprende también con el nombre de tierra, ¿cómo se va a aceptar, entonces, con el nombre de tierra la materia informe, cuando contemplamos las aguas tan hermosas? O si se acepta esto, ¿por qué está escrito que de esta misma informidad ha sido hecho el firmamento y llamado cielo y no está escrito que han sido hechas las aguas?

Porque no son ya informes ni invisibles esas aguas que vemos discurrir con tan hermoso aspecto. Y si han recibido esa hermosura en el momento en que Dios dijo: Congregúese el agua que esta bajo el firmamento, de suerte que esa reunión haya sido su misma formación, ¿qué se responderá de las aguas que están por encima del firmamento? Porque, informes, no habrían merecido un lugar tan honorable y no está escrito tampoco con qué palabra recibieron su forma.

Por consiguiente, si el Génesis ha callado que Dios hizo alguna cosa, que, no obstante, ni una fe sana ni una sólida inteligencia ponen en duda que Dios la hiciera, ninguna doctrina seria se atreverá a decir que esas aguas son coeternas con Dios, bajo el pretexto de que las hemos oído mencionar en el libro del Génesis, sin que encontremos el lugar donde se diga que fueron hechas.

¿Por qué no hemos de entender, entonces, según la enseñanza de la verdad, que también la materia informe, que la Escritura llama tierra invisible e inorganizada y teno-broso abismo, ha sido hecha por Dios de la nada y que, por tanto, no es coetema con Él, por más que ese relato haya omitido contar cuándo fue hecha?

CAPÍTULO XXIII

DESACUERDOS ACERCA DE LA VERDAD DE LO ENUNCIADO Y DE LA INTENCIÓN DEL ESCRITOR

32. Todo esto lo escucho y examino cuidadosamente, según la capacidad de mi debilidad —que te confieso a ti, Dios mío, que la conoces—, y veo que pueden surgir dos clases de desacuerdos, cuando se trata de un mensaje transmitido por medio de signos por mensajeros veraces: de una parte, puede haber desacuerdo acerca de la verdad de las cosas, de otra acerca de la intención del mensajero mismo. Porque una cosa es que inquiramos nosotros qué hay de verdad acerca de la creación del mundo, y otra que inquiramos qué es lo que Moisés, familiar insigne de tu fe, ha querido que entendiesen con esas palabras el lector o el oyente.

En el primer caso, apártense de mí todos los que toman por ciencia sus falsedades. Y lo mismo en el segundo, apártense de mí todos los que piensan que Moisés ha dicho cosas falsas.

Con aquéllos quiero unirme a ti, Señor, y en ti deleitarme con aquellos que se apacientan de tu verdad en la anchura de la caridad. Quiero que nos alleguemos juntos a las palabras de tu Libro y que busquemos en ellas tu' intención a través de la intención de tu siervo, por cuya pluma nos has dispensado tus palabras.

CAPÍTULO XXIV

PRUDENCIA PARA DETERMINAR LA INTENCIÓN DEL ESCRITOR

33. Mas ¿quién de nosotros ha descubierto tan bien esa intención, entre tantas verdades como esas palabras, entendidas en tal o cual sentido, ofrecen al espíritu de los que buscan, que pueda decir: "Esto es lo que entendió Moisés, éste es el sentido que ha querido dar a este relato", con tanta seguridad como afirma: "Esto es verdad", haya pensado Moisés así o de otra manera?

Heme aquí, Dios mío. Soy tu servidor que te ha prometido un sacrificio de confesión en esta obra, y te suplico, que, por tu misericordia, pueda cumplirte mi promesa. Heme aquí afirmando, con una gran confianza que, en tu Verbo inmutable, has creado todas las cosas, las visibles y las invisibles.

¿Puedo, acaso, decir con esa misma confianza que fue ésa y no otra la intención de Moisés, cuando escribía: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra? Porque si bien veo en tu verdad que es verdadera la primera afirmación, no veo tan bien en su espíritu que fuese tal su pensamiento, cuando esto escribía. Porque cuando decía: En el principio, pudo pensar "en el comienzo mismo de la acción". Pudo también querer dar a entender en este pasaje, con las palabras "el cielo y la tierra", no una naturaleza ya provista de forma y acabada, espiritual o corporal, sino todavía una y otra en estado de esbozo informe.

Bien veo que se han podido decir con verdad todas esas cosas que se decían arriba, pero en cuál de ellas haya pensado Moisés en esas palabras, no lo veo tan claro. Sin embargo, sea alguno de estos sentidos, sea algún otro no mencionado por mí, el que un hombre tan grande tuvo en su mente al escribir estas palabras, no me cabe la menor duda de que vio la verdad y la expresó como había que expresarla.

CAPÍTULO XXV

POR ORGULLO PRETENDEN ALGUNOS QUE MOISÉS QUISO DECIR LO QUE DICEN ELLOS

34. Que nadie me venga ahora a molestar, diciéndome: "No pensó Moisés lo que tú dices, sino que pensó lo que yo digo". Porque si me dijere: "¿Cómo sabes que Moisés pensó lo que haces decir a sus palabras?", debería llevarlo con ecuanimidad y tal vez respondería lo que he respondido más arriba, e incluso lo haría con alguna mayor amplitud, si fuese duro de convencer el adversario.

Mas cuando dice: "No, lo que él pensó, no es lo que tú dices, sino lo que digo yo", y, sin embargo, no niega que sea verdad lo que uno y otro decimos, entonces, oh Vida de los pobres, oh Dios mío, en cuyo seno no hay contradicción, haz lío-ver sobre mi corazón dulzura para que soporte a esas gentes con paciencia.

Si me hablan así, no es porque sean adivinos y hayan visto en el corazón de tu siervo lo que dicen, sino porque son orgullosos; no conocen el pensamiento de Moisés, sino que aman el suyo propio, no porque sea verdadero, sino porque es suyo. De otra suerte, amarían también cualquier otro pensamiento igualmente verdadero, como amo yo lo que ellos dicen, cuando dicen la verdad, no porque sea de ellos, sino porque es la verdad. Que si aman lo que dicen porque es verdad, ya es tanto de ellos como mío, porque pertenece en común a todos cuantos aman la verdad.

Pero que pretendan que no pensó Moisés lo que yo digo sino lo que dicen ellos, no lo quiero, no me agrada; porque, aunque así fuera, esa temeraria afirmación no proviene de la ciencia sino de la audacia; no es hija de la intuición sino de la pretensión.

Sí, Señor, espantosos son tus juicios, porque no es mía ni de aquél ni de aquel otro tu verdad, sino de todos nosotros, a quienes públicamente llamas a su comunicación, advirtiéndonos terriblemente que no pretendamos retenerla como algo privado, no sea que seamos privados de ella. Ya que cualquiera que reivindique para sí propio lo que ofreces para que sea disfrutado por todos, es rechazado del fondo común al suyo propio, esto es, de la verdad a la mentira; porque el que habla mentira, habla de su propio fondo.

35. Atiende, oh Juez óptimo, oh Dios, la Verdad misma, atiende a lo que voy a decir a ese contradictor; atiende. Pues lo digo ante ti y ante mis hermanos, que usan legítimamente de la ley, hasta su término, la caridad. Atiende y ve lo que le voy a decir, si es que te agrada.

Esta es, pues, la palabra fraternal y pacífica que le dirijo: "Si ambos vemos que lo que dices es verdad, si ambos vemos que lo que digo es verdad, ¿dónde lo vemos, pregunto? Por supuesto que ni yo en ti ni tú en mí, sino ambos en la inmutable Verdad misma, que está por encima de nuestras inteligencias. Si, pues, no discutimos acerca de la luz misma del Señor, nuestro Dios, ¿por qué discutiremos acerca del pensamiento de nuestro prójimo, que no podemos ver como se ve la inmutable Verdad? Si el mismo Moisés se nos apareciera y dijese: "Esto es lo que pensé", ni siquiera así lo veríamos, sino que lo creeríamos.

De manera que, más allá de lo que está escrito, no se infle el uno en favor del otro contra un tercero. Amemos al Señor, Dios nuestro, con todo el corazón, con toda el alma, con toda nuestra mente, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Si no creyéremos que, con vista a estos dos preceptos de la caridad pensó Moisés cuanto ha pensado en esos libros, haremos mentiroso al Señor, atribuyendo a aquel consiervo nuestro, un sentimiento distinto del que le inspiró el Maestro.

Ved, entonces, qué locura sería, entre tanta abundancia de ideas perfectamente verdaderas como se pueden sacar de esas palabras, afirmar temerariamente cuál de ellas fue la que Moisés pensó con preferencia y ofender con perniciosas discusiones la caridad misma, en orden a la cual dijo todo lo que dijo aquél cuyas palabras nos esforzamos por explicar.

CAPÍTULO XXVI

LO QUE HUBIERA HECHO AGUSTÍN DE HABER ESCRITO ÉL EL GÉNESIS

36. Y, no obstante, por mi parte, oh Dios mío, elevación de mi abatimiento y reposo de mi trabajo, que escuchas mis confesiones y perdonas mis pecados, como me ordenas que ame a mi prójimo como a mí mismo, no puedo creer de Moisés, tu fidelísimo siervo, que haya recibido un don menor del que yo hubiese querido y deseado para mí mismo, si hubiera nacido en la misma época que él y me hubieras colocado en ese puesto, para dispensar, por el servicio de mi corazón y de mi lengua, aquellas Escrituras, que, tanto tiempo después, habían de aprovechar a todas las naciones y superar en el mundo entero, con tan encumbrada autoridad, las palabras de todas las falsas y orgullosas doctrinas.

Hubiera querido, en efecto, de haber sido yo entonces Moisés -—puesto que todos venimos de la misma masa; y ¿qué es el hombre, si tú no' te acuerdas de él?—, hubiera, pues, querido, si hubiese sido entonces lo que él era, y me hubieses encomendado que escribiera el libro del Génesis, recibir en don una tal facultad de expresión y un tal modo de tejer las palabras, que aquéllos que todavía no pueden entender de qué manera crea Dios, no pudiesen rechazar mis palabras como superiores a sus alcances, y los que ya lo pueden entender, cualquier pensamiento verdadero a que hubiesen llegado por su propia reflexión, no lo encontrasen omitido en las breves palabras de tu siervo; y que si otro viera otro pensamiento en la luz de la verdad, tampoco éste estuviese ausente de la inteligencia de las mismas palabras.

CAPÍTULO XXVII

DEBE RESPETARSE EL ANTROPOMORFISMO DE LOS SENCILLOS

37. Porque, como un manantial, en el reducido espacio que ocupa, es más abundante y distribuye su corriente por numerosos arroyuelos a más dilatados espacios que cualquiera de esos arroyuelos que desciende desde el mismo manantial a lo largo de muchos lugares; así el relato del dispensador de tu palabra, que había de aprovechar a numerosos predicadores, de un escaso caudal de palabras hace brotar raudales de cristalina verdad, de donde extrae cada cual para sí la verdad que puede sacar de esas cosas, éste esto, aquél aquello, para irlo prolongando por más largos meandros de palabras.

Pues, cuando leen u oyen estas palabras, hay unos que se representan a Dios como un hombre,13 o como una especie de poder dotado de una masa enorme; y que ese poder, por alguna nueva y repentina decisión, habría hecho, faera de sí mismo y, por decirlo así, en lugares distantes, el cielo y la tierra, dos cuerpos inmensos, uno arriba y otro abajo, que contendrían en sí todas las cosas. Y cuando oyen: Dijo Dios: hágase tal cosa; y se hizo tal cosa, se figuran palabras que comienzan y acaban, suenan en el tiempo y pasan y, una vez pasadas, existió enseguida lo que se ordenó que existiera, y otras imaginaciones de esta índole, conforme a su familiaridad con la carne.

En éstos, que son todavía pequeños animales, mientras es portada su debilidad en este humildísimo género de lenguaje, como en el regazo materno, edifícase una fe saludable que los lleva a aceptar y tener por cierto que es Dios quien ha hecho todas las naturalezas contempladas en derredor por sus sentidos en toda su maravillosa variedad. Y si alguno de ellos, desdeñando palabras que parecen sin valor, se abalanza, con soberbia debilidad, fuera de la cuna nutricia, caerá, ¡ay!, el pobre. ¡Ten piedad, Señor Dios! Que los que pasan por el camino no pisoteen ese pequeño polluelo implume. Envía tu ángel a que vuelva a ponerlo en el nido, para que viva hasta que pueda volar.

CAPÍTULO XXVIII

EL SENTIDO ESPIRITUAL. DIVERSOS SENTIDOS DE: "iN PRINCIPIO"

38. Hay otros para quienes son estas palabras, no ya un nido, sino umbrías arboledas. Divisan en ellas frutos escondidos, revolotean alegres y gorjean contemplándolos y se apoderan de ellos.

Porque ven, cuando leen u oyen estas palabras que son tuyas, oh Dios eterno, que tu inmutable permanencia domina todos los tiempos pasados y futuros y que, sin embargo, no hay criatura temporal que no hayas hecho. Que tu voluntad, es decir, tú, porque ella es lo mismo que tú, sin cambiar en modo alguno o sin que haya surgido una voluntad que no hubiese existido antes, has hecho todas las cosas. Que las has hecho, no sacando de ti tu semejanza, forma de todas las cosas, sino sacando de la nada una desemejanza informe que tomaría forma por tu semejanza, volviendo hacia ti, el Uno, según la capacidad fijada a cada quien, cuanto le ha sido dado según su género: así serían hechos los seres, todos buenos sobremanera, tanto los que permanecen cerca de ti, como los que colocados a distancias gradualmente mayores, producen o experimentan, a lo largo de los tiempos y de los lugares, hermosas variaciones.

Ven todo esto y se gozan en la luz de tu Verdad, lo poco que pueden acá abajo.

39. Otro de entre ellos fija su atención en lo que se ha dicho: En el principio hizo Dios. . . e intuye la sabiduría como el principio, pues también ella nos habla. Otro, igualmente, fija su atención en las mismas palabras y entiende por principio el comienzo de la creación, tomando las palabras: en el principio hizo, como si quisiesen decir: primeramente hizo.

Entre los que entienden: en el principio, como que en la sabiduría has hecho el cielo y la tierra, uno cree que bajo el nombre mismo de cielo y de tierra, es la materia creable del cielo y de la tierra la que es así designada. Otro que son las naturalezas ya provistas de forma y distintas. Otro, que hay una primera naturaleza, a la vez provista de forma y espiritual, con el nombre de cielo, y una segunda, informe y de materia corpórea, con el nombre de tierra.

Empero, ni siquiera los que, bajo los nombres de cielo y de tierra, entienden una materia todavía informe, de donde sacarían su forma el cielo y la tierra, lo entienden de la misma manera. Para uno, de ahí serían llevados a su perfección la criatura inteligente y la criatura sensible; para otro, se sacaría solamente de ahí esa masa sensible corpórea que incluye en su vasto seno las naturalezas visibles y perceptibles.

Tampoco lo entienden de la misma manera los que creen que "cielo y tierra" designan en este pasaje las criaturas ya ordenadas y distintas, sino que uno ve allí la criatura invisible y la visible, otro la criatura visible únicamente, en la que contemplamos el cielo luminoso y la tierra tenebrosa, con todo lo que en ellos se contiene.

CAPÍTULO XXIX

CUATRO CLASES DE PRIORIDAD

40. Mas aquél que no toma las palabras: En el principio hizo, en otro sentido que si dijeran: "Primeramente hizo", no tiene manera de entender exactamente "cielo y tierra", si no lo entiende de la materia del cielo y de la tierra, es decir, de la materia del conjunto de la creación, inteligencias y cuerpos. Porque si quiere ver allí un conjunto ya provisto de forma, se le podría con justicia preguntar: "‘Si eso es lo primero que hizo Dios, ¿qué es lo que ha hecho después?’". Y no encontrará nada después de ese conjunto, por lo que oirá de mala gana que le dicen: "¿Cómo hizo aquello lo primero, si después no hay nada?"

Mas cuando dice que "primero la naturaleza informe y después la naturaleza provista de forma", no es inconsecuente, con tal que sea capaz de discernir qué ser precede a otro por eternidad, cuál por tiempo, cuál por preferencia, cuál por origen. Por eternidad, como Dios a todas las cosas; por tiempo, como la flor al fruto; por preferencia, como el fruto a la flor; por origen, como el sonido al canto.

De estos cuatro órdenes de prioridad, que acabo de mencionar, el primero y el último son muy difíciles de comprender; los dos del medio, muy fáciles. En realidad, es una visión rara y ardua en extremo contemplar, Señor, tu eternidad, produciendo inmutablemente cosas mudables y teniendo, por tanto, prioridad.

Después, ¿quién tendrá el espíritu tan agudo como para que pueda distinguir, sin gran esfuerzo, cómo es primero el sonido que el canto? Es que precisamente el canto es un sonido provisto de forma, y una cosa puede existir, por supuesto, desprovista de forma, pero lo que no es no puede recibir forma. Así la materia tiene prioridad sobre lo que de ella se hace; no tiene prioridad porque sea ella quien hace, puesto que más bien es hecha, ni prioridad por espacio de tiempo. Porque no es verdad que emitamos en un primer tiempo sonidos privados de forma sin canto, y que, en otro posterior, los adaptemos y amoldemos, dándoles forma de canto, como se amolda la madera para fabricar un arco, o la plata para fabricar una copa. Tales materias preceden, en efecto, aun en el tiempo, a las formas de los objetos que de ellas se hacen. Pero en el canto no es así, porque cuando se canta, se oye el sonido del canto, sin que haya primero resonancia informe y luego formación de un canto. Porque lo que primero sonó, de cualquier modo que sonase, pasa, y no encontrarás nada de ello que puedas volver a tomar para una composición artística. Por eso el canto vuelve a su propio sonido, y ese propio sonido es su materia propia, puesto que ese mismo sonido recibe una forma para ser canto.

Por lo cual, como decía, tiene prioridad la materia del sonido sobre la forma del canto. No una prioridad de eficiencia, porque no es el sonido el artífice del canto, sino que, procedente del cuerpo, está sujeto al alma que canta, para que haga de él un canto. Ni una prioridad de preferencia, porque no es mejor el sonido que el canto, puesto que el canto no sólo es un sonido sino un sonido bello. Tiene una prioridad de origen, porque no es el canto el que recibe forma para ser un sonido, sino que la recibe el sonido para ser un canto.

Por este ejemplo entienda el que pueda que la materia de las cosas fue hecha primero y llamada "cielo y tierra"; y que fue hecha primero, no según el tiempo, ya que son las formas de las cosas las que dan origen al tiempo, y aquella materia era informe y es percibida ya en el tiempo con el tiempo mismo. Y, no obstante, nada puede decirse de ella, sin concederle una especie de prioridad de tiempo, aunque sea tenida por el más bajo grado del ser, puesto que son preferibles, no cabe la menor duda, los seres provistos de forma a los seres informes, y aunque venga precedida por la eternidad del Creador, para que de la nada hubiese de donde hacer algo.

CAPÍTULO XXX

ACUERDO EN LA CARIDAD Y EN LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD

41. En esta diversidad de opiniones verdaderas, haga nacer la concordia la Verdad misma y tenga misericordia de nosotros nuestro Dios, para que usemos legítimamente de la ley, sin perder de vista la meta del precepto, que es la pura caridad.

Por consiguiente, si me pregunta alguno cuál fue en todo esto el pensamiento de Moisés, tu siervo, no es este el propósito de mis confesiones. Si no te lo confieso es que no sé, y sé, sin embargo, que son aquellas opiniones verdaderas, excepto las carnales, de las cuales he dicho lo que me parecían. Con todo, los pequeñuelos de buena esperanza no están espantados con las palabras de tu Libro, sublimes en su humildad y ricas en su brevedad.

Mas todos los que en estas palabras vemos la verdad y la decimos, amémonos mutuamente, lo reconozco, y, a la vez, amémoste a ti, Dios nuestro, fuente de la Verdad, si es que tenemos sed de ella y no de cosas vanas. Y a tu siervo, el dispensador de esta Escritura, lleno de tu Espíritu, honrémosle de tal suerte que creamos que, cuando por revelación tuya, escribía estas cosas, tenía puesta la mira en lo que ellas encierran de excelente por encima de todo, tanto por la luz de la verdad, como por el fruto de la utilidad.14

CAPÍTULO XXXI

PLURALIDAD DE SENTIDOS EN LA INTENCIÓN DE MOISÉS

42. De suerte que, cuando uno me venga a decir: "Moisés pensó lo mismo que yo", y otro: "No, sino lo que pienso yo", paréceme tener más espíritu religioso, si digo: "¿Por qué no, más bien, las dos cosas, si son verdaderas una y otra?" Y si alguien ve un tercero, un cuarto o algún otro sentido verdadero totalmente diferente en estas palabras, ¿por qué no creer que los vio todos Moisés, por cuyo conducto acomodó el Dios único las Sagradas Letras a las interpretaciones de numerosos espíritus, que habían de ver en ellas cosas verdaderas y diversas?

Por lo que a mí respecta, ciertamente, lo declaro con intrepidez desde el fondo de mi corazón, si escribiese alguna cosa con la más alta autoridad, preferiría escribir de tal manera, que todo lo que cada uno pudiera alcanzar de verdadero en estas materias, tuviese su eco en mis palabras, antes que poner un solo sentido abiertamente verdadero para excluir a todos los demás, cuya falsedad no pudiese chocarme. No quiero, pues, Dios mío, ser tan temerario, que no crea que no haya merecido de ti semejante don un varón tan ilustre. En estas palabras sintió y pensó perfectamente Moisés al escribirlas, todo cuanto hemos podido encontrar allí de verdadero, y también todo lo que no hemos podido, o no hemos podido todavía, encontrar, pero que, no obstante, puédese encontrar en ellas.

CAPÍTULO XXXII

SUMISIÓN AL ESPÍRITU SANTO

43. En fin, Señor, que eres Dios y no criatura de carne y sangre, si el hombre vio menos cosas, ¿es posible que, incluso a tu mismo Espíritu bueno, que me conducirá a la tierra de la rectitud, haya podido ocultársele algo de todo lo que tú mismo habías de revelar en esas palabras a los futuros lectores, aunque tal vez no pensara aquél por quien fueron dichas más que en uno solo de los múltiples sentidos verdaderos? Y si esto es así, sea aquel sentido en que él pensó más excelente que todos los demás. Pero a nosotros, Señor, muéstranos, ese mismo sentido o algún otro verdadero que te plazca; y sea que nos descubras el mismo sentido que a aquel hombre tuyo, sea que nos descubras otro diferente con ocasión de esas mismas palabras, que en .ambos casos seas tú quien apaciente, no el error el que engañe.

Ved, Señor, Dios mío, ¡cuántas cosas sobre tan pocas palabras! ¡Cuántas cosas, sí, hemos escrito! A este paso ¿qué fuerzas, qué tiempo harán falta para todos tus Libros?

Déjame, pues, que te confiese más brevemente en ellos, y que escoja un solo sentido, que tú me hayas inspirado, verdadero, cierto y bueno, aunque se ofrezcan muchos donde muchos podrán ofrecerse. Que mi confesión sea de tal suerte fiel, que si digo lo que pensó tu ministro, sea expresado perfectamente bien, porque en ello debo esforzarme. Y, si no lo lograre, que, por lo menos, diga lo que por las palabras de Moisés ha querido decirme tu Verdad, que también a él le dijo lo que quiso.

Notas al Libro XII:

1 El cielo visible, creado por Dios según el primer versículo del Génesis, evoca en la mente de Agustín otro cielo, "el cielo del cielo que pertenece al Señor", del que habla el Salmo 115,16. Este caelum caeli es mencionado repetidas veces en los dos últimos libros de las Confesiones y, más tarde, en el De Genesi ad litteram.

La noción de caelum caeli, tal como la presentan las Confesiones, es difícil de definir. Lo más sencillo es ver aquí una síntesis de elementos plotinianos y de elementos cristianos. Precisando más, el caelum caeli es un concepto de la fe cristiana desarrollado en una metafísica plotiniana que no se le acomoda cabalmente. Es en el cielo de la fe en el que piensa Agustín, en la Jerusalén celestial actualmente poblada de ángeles y mansión esperada por los hombres espirituales. Pero piensa en ese cielo conforme a esquemas plotinianos y le atribuye una intelectualidad, una conexión personal con Dios y, por ende, una especie de sustancialidad individual y colectiva a la vez. Notemos, sin embargo, que, por lo menos en una ocasión, brota en él una ligera duda sobre la existencia de esta criatura: si qua est (XII, 11, 12).

2 Probablemente aluda a la oposición neoplatónica entre el mundo sensible y el mundo inteligible.

3 La lectura de la Vulgata es terra inanis et uacua; la de Agustín terra inuisibilis et incomposita. Probablemente sea la misma de la versión itala, que él recomienda en De doctrina christiana, II, 15, 22, y cuya conformidad con los Setenta pondera en la Ciudad de Dios, XVIII, 43. En el caso presente el texto latino está calcado en los Setenta: H de gh hn aoratoV kai akataskeuastoV

4 El término species tiene un sentido polivalente: significa a la vez forma o idea (el eidoV platónico), apariencia o figura, e incluso hermosura. En tanto que informa los cuerpos, la species les confiere también hermosura. El significado de la palabra parece derivar en este caso de Plotino: "Decimos que las cosas son hermosas porque participan de una idea (eidoV), ya que toda cosa privada de forma y destinada a recibir forma o idea (morfh kai eidoV) permanece fea y fuera de la razón divina mientras está privada de razón y de idea". (Enn., I, 4, 2, 13-16).

5 La "tierra invisible e inorganizada" (Gen., 1,1), las "tinieblas" y el "abismo" que recubren (Gen., 1, 2) representan para nuestro autor la materia informe, es decir, el mundo antes de su organización, su diversificación es "especies" determinadas. Esta idea de una materia informe se impuso con dificultad a su espíritu; tan difícilmente como la idea de las realidades espirituales y de Dios (Cfr. VII, 1, 1-2). Debióse esto a sus opiniones maniqueas: en el maniqueísmo Dios no era concebido sin materia, ni la materia sin formas (XII, 6, 6). Por esta razón tardó tanto Agustín en llegar a la cogitatio —construcción más imaginativa que intelectual— de una materia absolutamente informe. Pero, reflexionando sobre el cambio en los seres corporales, acabó por "sospechar que el paso de una forma a otra forma se hacía a través de algo informe" (6. 6). A Plotino debe una idea justa de la materia, como le debe también la del Ser divino.

6 No eran los prejuicios maniqueos la única causa que dificultaba la concepción de la materia a la mente de Agustín. Es que la materia es, por sí misma, difícil y hasta imposible de concebir. El carácter antinómico de su naturaleza lleva consigo el carácter antinómico de su concepción. La fórmula antitética que aquí emplea: uel nosse ignorando, uel ignorare noscendo, es paralela a aquélla con la que dice de Dios: qui scitur melius nesciendo (De ordine, II, 16, 44). Lo cual demuestra la correlación de la idea de Dios y de la idea de la materia.

7 Los maniqueos.

8 Con el pronombre iste designa con frecuencia Agustín las cosas presentes, las cosas de acá abajo, con un matiz despectivo muy clásico.

9 Estos impacati —desasosegados— van a ser señalados más adelante: son los hostes —-enemigos— de la Escritura (14, 17) y los contradictores (15, 18).

10 Distingue dos clases de intérpretes de la Escritura, que mantienen puntos de vista diferentes al suyo. En primer lugar los hostes o reprehensores, enemigos de la Escritura, que no la reciben como una regla de fe. Tales son, por cierto, los maniqueos, que rechazaban en bloque el Antiguo Testamento, y con toda probabilidad también los neoplatónicos. No quiere entrar en discusión con ellos; deséales tan sólo que mueran a sí mismos, es decir, a sus errores, a fin de que vivan para Dios. Siguen los contradictores (15, 19), que sí admiten la autoridad de la Escritura y, lejos de rechazarla, la ensalzan (non reprehensores sed laudatores), mas se oponen a los puntos de vista de Agustín, pretextando que Moisés no ha querido decir lo que le hace decir este. Con estos sí que acepta discutir, y sólo pide que sea Dios árbitro de estas discusiones (14, 17; 16, 23).

11 Cfr. nota 24 al libro IX.

12 El sentido de este prius, que no indica una anterioridad según el tiempo, será precisado más adelante (29, 40).

13 Fue este antropomorfismo en la interpretación del Génesis el que empujó. en parte, a Agustín hacia el ma-niqueísmo. Sin embargo justifica esta manera de ver, a condición de que los hombres sencillos que la posean se dejen educar por la fe y crean que Dios es el creador de todas las cosas.

14 La caridad. "Todo el inmenso conjunto de la palabra divina posee ciertamente la caridad con que amamos a Dios y al prójimo" (Serm. 350, 1).

 

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